Afganistán

De visita en el Reino de la Muerte
Afganistán no pertenece a Asía Central, pero de todos modos es un excelente complemento y por ese motivo merece ser agregado al conjunto

Acabo de poner pie en este país, observo a mi alrededor y me pregunto: «¿Cómo occidente se permite perder hombres, dinero y tiempo en venir a luchar contra esta gente?». Realmente, no logro entender el porqué de esta guerra, entonces, como pasatiempo voy a revolver la perola donde cuecen juntos verdaderos y falsos argumentos: «Las condiciones de este pueblo son terribles y un porcentaje importante apenas supera al hombre primitivo. Creo que gracias a la fuerte expansión económica China, empiezan a conocer herramientas y utensilios. Les comento que estoy dando mis primeros pasos por Kunduz, no muy lejos de la frontera. En este reino de adobe y leño rústico lo único que veo acorde a estos tiempos son las armas.
Icono afgano
Un buen hombre




















No soy quien para lanzar soluciones al viento pero si tuviera la posibilidad de hacerlo a mi manera, cerraría las fronteras para luego negociar a cambio de ayuda humanitaria. Estoy seguro de que haciendo un buen trabajo la Muerte, cargando su maldita guadaña de polvo blanco quedaría encerrada entre estas montañas. De esta manera, la heroína que producen en cantidades preocupantes quedaría encerrada en el país sin mercado y los campesinos se verían obligados a optar por cultivos alternativos al que producen la droga.
Los niños son una pesadilla, tienen hambre y muchos han perdido a sus familias. Piden y me tocan con la punta del dedo como si fuese un extraterrestre. De todas maneras son muy simpáticos el problema es que aquí desviar la atención un momento es la diferencia entre la vida y la muerte. Además, ellos me ponen en evidencia y esa situación altera mis nervios; este es un sitio distinto y las precauciones nunca son pocas. Todavía he conseguido transporte para seguir viaje pero ese detalle me tiene sin cuidado y mientras tanto curioseo por un laberinto de callejuelas donde algunas casas están enteras y otra a punto de caer por el peso de un mar de agujeros de bala.


No flamean por falta de viento pero las banderas verdes y afganas, que representan a los dos bandos, plantadas sobre el terreno en el mismo lugar donde cayeron los hombres, aquí como en otros sitios, abundaban y por momentos me da la sensación de que estoy pisando algún muerto. Inmerso en un escenario de película pensaba que el sitio ya se había ganado un lugar en mis recuerdos cuando el genio insistió en reforzar todavía más el argumento e hizo aparecer una manada de camellos donde cada animal transportaba dos veces su volumen en pastos y solo llevaba al descubierto, parte de las patas y la cabeza. “Simples y gratas sorpresas a cada paso, así se forma una vida llena”.
Camellos
Necesitaba echar un bocado y me senté en un sitio donde ofrecían comida. Frente al local había una carnicería y la carne estaba colgada en la misma acera donde un armazón de palos sostenía unas lonas deplorables que protegía del sol la mercadería. Solo del sol porque al polvo y las moscas no había barrera que las detenga y tenían montado su banquete. En esas condiciones estaba la carne mientras que sucio, a más no poder, se muestra el comerciante que espera clientes como si las miles de alas y patas están allí para garantizar la calidad del producto. Había un menú pero después de las imágenes ordené una bebida caliente dos huevos fritos y un poco de pan afgano cocinado en horno de barro.

Con el estómago a gusto pensaba que de peldaño en peldaño se llega a la cima y me preguntaba: ¿Hay una cima en este viaje? Entonces reflexiono y agrego: «¡Vaya estúpido! Además, pago para jugar a esto —pero hay otra parte de mí que siempre está pronta para la aventura que responde—. “Calla, diviértete y anda” —era gracioso, entonces, extiendo la disputa de mis personalidades con una pregunta—: ¿Y quién se divierte?» «…»

Sentía que durante el corto tiempo que había permanecido en la ciudad, había dado mucho el cante entonces sin más demora fui en busca de un taxi de larga distancia. Fuera de Kunduz nubes de polvo quedaban detrás del vehículo y las piedras hacen todo lo posible para destrozar el carro.

Los descansos en el camino, para refrescarme o comer, contribuyeron a que me haga una idea más clara del país y su gente.

Montañas áridas y valles verdes se interrumpen para dejar pasar el camino. Disfruto del paisaje, las elevaciones están entre las más bellas que he visto. En el coche reina el silencio y para matar el tiempo repaso la situación de este sitio donde la vida y la muerte se disputan el reino de lo absurdo. Viajo pegado a la ventanilla viendo pasar el paisaje y en cada oportunidad de cruce con soldados occidentales veo el terror pintado en el aire que los rodea; en los militares afganos no sucede lo mismo porque para ellos la guerra está integrada en su vida como el perro a la familia. En un momento profundizo y la tristeza gana fuerza en mis adentros porque entre las hostilidades que se están intensificando, las minas antipersonales y los pertrechos sin explotar sembrados por el terreno me van a robar la libertad para ir donde quiero. Deseaba visitar el sitio donde los ojos del Patrimonio Universal lloran por la destrucción de los Budas de Bamiyàn; Patrimonio de la Humanidad, perdido


Volviendo aquí y ahora, las aldeas se suceden y da mucha pena ver a mujeres desesperadas que aprovechan las curvas del camino donde los conductores se ven obligados a aminorar la marcha para sentarse en el suelo y, bajo el burka de color celeste, sufrir ese conjunto de malas condiciones con la esperanza de que algún piadoso le lance una moneda desde un vehículo. Un escenario terrible que empeora de forma directamente proporcional a la disminución de la distancia con la capital. «Para aliviar el padecer de esta gente los internacionales lograron asfaltar los caminos principales y llevar electricidad a lugares remotos pero la mayoría de la población vive en construcciones de barro con bloques tallados, directamente, de algún yacimiento de arcilla. Hasta un oso, en su cueva, tiene condiciones higiénicas superiores a la de este pueblo. ¿Cómo viven? ¡Por Dios! En el mejor de los casos el servicio es un agujero al que de tanto en tanto lo desinfectan con un poco de ceniza ¿Desinfecta la ceniza? —Como la pregunta no me cuadra complemento con una sucesiva—: ¿O estaba allí para ser utilizada en lugar del papel higiénico? —Sin respuesta y sin rumbo continúo paseando a lomo de mis pensamientos—.
Aquí, donde bombas y balas le quitan el protagonismo a las enfermedades más temibles, abundan las viudas, niños huérfanos y mutilados de guerra. Siguiendo la enumeración fatídica puedo decir que sobran enfermos, faltan centros hospitalarios, hay bárbaros quemando escuelas y matando maestros. Por todo eso y mucho más, creo que es necesario que occidente deje de guerrear a lo tonto en esta guerra porque lo que no mata en Afganistán lo hace en casa. 
Restos de la guerra con los soviéticos

Cultivo de dormidera
Los talibanes, en su mayoría son de etnia Pashtún educados en las madrazas de Afganistán y del vecino Pakistán. Occidente para derrotarles se valió de los clanes, también de etnia Pashtún, llamados: “Señores de la Guerra”. Con la derrota, los fundamentalistas se retiraron, pasaron a la clandestinidad e intentan volver a hacerse fuerte en las montañas mientras los clanes vencedores, gracias a la ayuda del ejército internacional, recuperaron el territorio y en los valles fértiles multiplicaron el cultivo de la dormidera productora de la maldita esfera carcomida por los tallos que le infringe el hombre para recoger el “Jugo del diablo” que una vez procesado se transforma en morfina y sintetizando esta se llega a la heroína: “La misma Muerte”. Esta última no debe confundirse con otras drogas, ni las demás con esta. La heroína, engancha rápido y mata, pero antes de hacerlo se encarga de que sepas que te has embarcado en el peor de los viajes. Volviendo a los Señores de la Guerra, mientras la violencia no para de cobrarse vidas inocentes, este grupo que se quedó con la tierra, también recibe un constante pellizco del dinero fresco que llega a través de los fondos de donantes para Afganistán.



La situación política y económica acomodada de estos caudillos del territorio aumentó sus facilidades para cultivar y procesar la droga. Antes exportaban la pasta de opio cruda, ahora descubrieron que el gran negocio es entregar el producto terminado. En lo que llevo de camino he visto por todos lados chimeneas largando humo y he sentido el olor inconfundible de las cocinas de droga. Antes no disponían de los productos químicos para poder hacerlo; ahora la situación ha cambiado: ¿Será qué gente de la coalición está metida en esto? Mientras ellos incrementan sus riquezas, el mundo y en especial Rusia y los países del Este, alargan sus listas de muerte por esta droga. Las guerras son todas inútiles pero ésta, además, es una de las más tontas. No termina, no se gana y estamos aliados con quien nos envenena en casa…».

Es noche cerrada y estamos llegando a Kabul, viajo en uno de los primeros coches de una fila que rueda detrás de una patrulla. Los soldados se encuentran incómodos e intentan intimidarnos con un reflector potente para que alarguemos el gap entre los vehículos.

A locos es difícil ganarles, los conductores aceleran y van reduciendo la distancia hasta que uno de los ocupantes de la patrulla se sienta sobre la ametralladora antiaérea y comienza a disparar contra el suelo.

Los trozos de asfalto que arrancan los disparos vienen hacia nosotros como platillos voladores. Un susto de muerte, un parabrisas roto y varios coches magullados hace que todos detengamos la marcha. Los civiles deben respetar la decisión de los soldados que a veces por su seguridad piden que los coches se mantengan alejados, en el intento de lograrlo, de noche utilizan un faro y de día el megáfono.

Kabul ciudad blindada

Alambre espinado, contenedores de hierro y tejido relleno de tierra para soportar las embestidas de los suicidas y los coches bomba. En cada cruce hay centinelas y por todos lados aparecen garitas acorazadas con bolsas de arena.

Abandono el coche, la luz era escasa y la sensación horrible porque el polvo era inevitable y a cada paso enterraba totalmente mis zapatos. Planeta Marte, otro mundo que terminaba en una pequeña plaza circular sin ninguna otra salida visible más que la calle por donde había llegado. Me hospedé donde me dejaron y a la mañana siguiente cambié de sitio.
Kabul
La legendaria Kabul, aquella que a finales de los sesenta vio como hippies llegados de lejos coloreaban con su presencia calles alegres por naturaleza. La capital que supo acoger con placer a todos aquellos que atraídos por la hospitalidad y la paz que reinaba entre sus montañas prefirieron quedarse aquí en lugar de seguir camino hacia la India. Aún hoy algunos hombres entrados en años, jóvenes a la época, recuerdan haber compartido alguna charla o fumado una cachimba de opio con aquellos aventureros de pelo largo, que viajaban en caravanas y le escapaban al agua. ¡Qué tiempos aquellos! Por defectos del hombre hay veces que las cosas empeoran y la capital de Afganistán nos regala el mejor ejemplo. Hoy la realidad es otra y Kabul se muestra como una urbe caótica crecida al pie de las montañas que la vigilan, cumbres que tocan el cielo y, a veces, en invierno se cubren de nieve. 

Otra imagen de Kabul

El río que atraviesa la ciudad, el mismo, que antaño recibía a las mujeres que en sus orillas lavaban la ropa, al momento, no es más que un cauce seco convertido en basurero. Aquí, como en el resto del país, un elevado número de leones se disputan unos pocos becerros. Más allá del pesimismo, desde mi punto de vista creo que es muy difícil que tantas fieras logren un acuerdo para sacar Afganistán adelante. En la capital las ruinas se apoderan de cada rincón, mientras el dinero que llueve fresco, para salvar la cara de América, suma bunkers en la zona de las embajadas. Cada pueblo por su propio peso debe: crecer, evolucionar y cambiar si así lo cree necesario. No se puede entrar en casa ajena e imponer una forma de vida a sus habitantes. Toda acción, conlleva una reacción y en un país donde un elevadísimo número de personas, jóvenes y adultas, el único oficio que conocen es la guerra, sumado al fanatismo religioso, que los alienta a dar la vida por la causa, el final de las hostilidades está lejos. Los gobiernos occidentales se llenan la boca de democracia, parlamentar es parte de ese sistema. Hablando con todos es más fácil llegar a un acuerdo que imponer la fuerza. Es Julio del 2008 y mis ojos así ven a Kabul.
Curiosidades del zoo
El alojamiento estaba como todo el resto: descuidado, sucio, además, en su caso sin clientes. Me dice conserje: “Para venir a este país a hacer turismo hay que estar loco”. Y yo respondo: “No es para tanto”.
Me dijo también que los atentados estaban cobrando más fuerza y que hay un ejército de hombres esperando que llegue su oportunidad para inmolarse por la causa. Secretos a voces que no deben preocuparme demasiado porque de hacerlo caería en las garras del pánico y no podría disfrutar del viaje. Tengo que decir que en esta semana de permanencia en Kabul fui por todos lados en el afán de no perder detalles. Pero todo cansa y cuando quise abandonar el país me di cuenta que no iba a ser fácil porque había pocos vuelos y estaban todos ocupados.


Una importante mesa de dinero en una calle de la capital
(Con un click sobre la fotografía se agranda la imagen)
Había conseguido la visa para Uzbekistán buscaba un boleto aéreo para no tener que volver a padecer la carretera y en todas las agencias me decían que no había un asiento para los próximos 6 meses. Entonces, pensaba remontar el camino Kabul, Kandahar, Herat, Irán Pero un señor me mandó a una tienda de frutos secos y de ahí me derivaron a una casa de familia custodiada por gente armada donde me hicieron pasar, les explique mi problema. Ellos se mostraron muy amables, de inmediato hicieron que escriba en un trozo de papel mi nombre y me pidieron que les entregue una suma razonable de dinero. Cumplí con sus requisitos y 30 minutos más tarde llegó un mensajero con mi boleto. Me lo entregaron, les saludé y marché sin saber quienes eran o a qué se dedicaban. A veces la vida traza caminos muy extraños.

Aventura pura y dura; a las 4 de la mañana salgo a la calle para ir al aeropuerto. Por aquí con poca luz te pueden disparar de un puesto de guardia o matar un terrorista. Así está la situación cuando me pregunto si a esta hora y en estas condiciones  trabajan los taxistas. Tuve suerte y un puñado de minutos más tarde consigo un servicio que me lleva camino al aeropuerto. Pero antes de llegar en un puesto nos detienen y exigen que abandone el vehículo. Entonces, protesto de forma aireada de esa que tantas veces funciona y no hay caso; tengo que esperar como el resto de personas, que ya lo hace a una distancia prudente de la estación aérea. 


Aquí sólo comienza el absurdo, después de algo más de una hora de espera se abre, por delante y por detrás, un container que me hace pensar: «Allí dentro deben de tener un escáner para observar personas y equipajes al mismo tiempo». ¡Qué iluso! Cuando llega el momento un militar hace pasar a las mujeres por el costado. “¿Por qué no las revisa a ellas?", buena pregunta. No es que la máquina las discrimine, sino que en medio de aquel contenedor vacío hay un soldado que palpa de armas a la gente que ni tan siquiera posa su equipaje. ¡Qué torpes! “Imaginen que alguien lleve, por citar un ejemplo, cincuenta kilos de explosivos en sus maletas…”.
Más adelante es el turno del verdadero escáner, donde un solo hombre controla la pantalla pero como está solo no puede controlar si la gente pasa los bultos por la máquina. ¡Qué desastre! Hubo más controles… y más absurdidades… que prefiero olvidar mientras que de la higiene del avión y la tripulación de la compañía de bandera mejor no hablar.

En el siguiente mapa marco en color naranja mi viaje por tierra desde Tajikistán hacia a Kabul y en verde mi salida por vía aérea  desde la capital afgana hacia Uzbekistán con una parada previa  en Mazari Sharif

Desde mi óptica lo más bonito de la zona es el espectáculo que despliegan las montañas que se desvanecer en el llano.


Que bonito sería saber que Afganistán acaba de despertar y su  pesadilla ha terminado

Otro país que está quedando atrás. Me voy sin nostalgia y con la promesa de volver si algún día las cosas cambian. 
Pero el show de la vida no puede parar, entonces, mientras esperamos que se produzca el  milagro seguimos viaje.  Para continuar yo voy a regresar al aeropuerto y ustedes solo tienen que pinchar el enlace: "Uzbekistán"

No hay comentarios:

Publicar un comentario