Monte Sanit-Michel


Este lugar fascinante que ocupa un promontorio rocoso de una isla del canal de La Mancha condicionada por las fuertes mareas del estuario del río Couesnon, en la región de Baja Normandía es capaz de transportar al visitante por el espiral del tiempo y prueba de este fenómeno se palpa perfectamente en dos de mis libros. En el primero: “El Último Inmortal” la abadía de Saint Michel aparece como escenario a principio del Siglo XVIII (exactamente en 1730) y, en el segundo, “2069 Planeta Tierra”, como el título lo indica en el futuro año 2069.
Molino de Moidrey
Qué bonita es la literatura; porque sobre el papel la pluma hace al hombre libre; no hay barreras infranqueables, ni imposibles.
El argumento de este sitio que recibe cerca de cuatro millones de visitantes al año es infinito y sus edificios son clasificados, de forma individual, en calidad de monumentos históricos, mientras que el conjunto está catalogado como: “Gran sitio nacional de Francia”. También es de destacar que en la declaración del Patrimonio de la Humanidad incluye, o agrega, la bahía y el antiguo molino de Moidrey, situado a unos cuatro kilómetros tierra adentro.

Curiosidad

En el siglo XV el río que marcaba la frontera entre Normandía y Bretaña, cambió su curso, comenzando a fluir al oeste del Saint Michel, haciendo así pasar el monte de Bretaña a Normandía.


¿Cómo llegar al Monte Sanit-Michel?

Desde París es sencillo, pero es necesario disponer de tiempo: podemos alquilar un coche (aproximadamente 5 horas de viaje) o utilizar un servicio combinado de tren y autobús que funciona regularmente. Tienen que dirigirse a la estación de París Montparnasse y coger el tren de alta velocidad (TGV), hasta Rennes, el viaje es superior a 2 horas. Cuando llegan allí salen de la estación y buscan la parada del autobús Pontorson-St Michel, este último trayecto demora un poco más de una hora.


Hablar de Saint-Michel, de manera tradicional, es destacar el juego de mareas, el flujo de peregrinos, el encanto del camino que trepa por una callejuela, que se abre paso entre tiendas y casas de comidas, hasta llegar a la abadía, mientras que yo prefiero aplicar una variante y para ello, además de utilizar un vídeo que ilustra su historia voy a cerrar esta presentación con un extracto de uno de mis libros seguido de fotografías.




Extracto del Último Inmortal

Invierno del año 1730, noroeste de Francia-Normandía, Mont Saint Michel. Un caballo llega a la costa cargando un hombre, cubierto con una capa, que lleva la camisa hecha hilachas. El sol del medio día iluminaba el panorama como si le estuviese esperando para mostrarle el espectáculo; increíble y bello capaz de entrar por los ojos e iluminar el alma, pecado que las circunstancias hacían que esto último no fuese posible en su caso.
A los pies del animal la arena dorada se extendía unos cientos de pasos, después estaba el mar que a lo lejos se mezclaba con el color del cielo y en el centro, el monte que emergía como un gigantesco pino de las aguas del canal de La Mancha. Desde su posición veía la inexpugnable muralla que a tantos ataques ingleses había resistido. Detrás de esta, en la parte baja, se apiñaban las casas de tejados y más arriba se veía la abadía. Una maravilla, que contaba con el claustro de los monjes, la sala de los caballeros y en lo más alto la iglesia con su cúpula de más de 150 metros de altura coronada con la figura del arcángel San Míguel.
El animal de impecable pelaje negro brillante, se levantó, quedó apoyado sobre las patas traseras y con un relincho advirtió el peligro. El mar se alejaba dos veces al día y la playa unía el islote a tierra firme. La marea regresaba a gran velocidad, esa era la trampa que advertía el caballo, pero el jinete eligió desafiar el tiempo, trazó una línea imaginaria y sobre esta guio a todo galope a su compañero. Al final las aguas llegaron a bañar las patas del animal, pero nada comparable con los trece metros de profundidad que alcanzó el líquido alrededor de la pequeña isla. Sorprendido vio como en instantes el líquido lo rodeaba todo, los colores cambiaron y el panorama pasó al opuesto cuando el sol marchó y se levantó una densa niebla.
La Abadía de Saint Michel, la abadía del misterio, es un lugar de peregrinaje y el cruce al islote significa la entrada del alma del creyente al Paraíso. Estas creencias resbalaban en nuestro castaño arcano, que atravesó el portal de entrada y enfiló con su caballo por una callejuela. Un poco más arriba se apeó frente a una de las tantas hosterías que le ofreció un lecho limpio y tres comidas al día a cambio de una moneda. Durmió y no quería despertar porque no tenía motivo para hacerlo. Cuando lo hizo, se sentó en su cama y estuvo horas pensando, luego se puso de pie con movimientos que marcaban su desencanto, bajó y fue a ver como estaba atendido su caballo. Mientras le hizo carisias comprobó que el animal estaba bien, entonces,  le dio una propina al muchacho y, a continuación, le dijo antes de cerrar con un guiño de ojo: «Por favor, que no le falten cuidados que es todo lo que tengo».

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