Pisando mundo; el llamado de Persia.
Este país tampoco pertenece a Asia Central pero debido a su poderosa influencia en la zona siento la necesidad de incluirlo.
El Gobierno de Irán a través de su embajada en Taskent, Uzbekistán me concedió un visado que no me permite permanecer más de 72 horas en el país pero de todos modos no os preocupéis porque voy a hacer esta presentación apoyado en la experiencia de una visita anterior.
En color blanco marco las ciudades de mi primera visita y en Azul el paso fugaz desde Turkmenistán hacia Turquía
Frontera Irán - Turquía |
Salimos por una puerta y regresamos en el tiempo para volver a ingresar al país por el aeropuerto de la ciudad de Shiraz.
Llegaba sin visa con la esperanza de obtener un permiso de tránsito por 15 días, conociendo la burocracia y las trabas que imperan en sitios como este, entonces, respiro hondo y después me dirijo a la ventanilla de la oficina que Otorga los visados. Por aquí no aparecen muchos turistas y soy el único cliente de un señor desganado que mira sin apetencias de dejar su asiento. Pero tiene que hacerlo para entregarme el formulario. Para completarlo me retiro unos pocos pasos y de pie, apoyando el papel sobre mi billetera lo voy rellenando. Con la primera ojeada me doy cuenta de que: “O tiraba de la imaginación o jamás iba a poder completar el módulo”. Preocupado pero confiado sabiendo que llegaría a la solución empecé a escribir cuando me avecinan por detrás y por los lados, dos señores con aspecto de hombres rudos, que sin buscar un previo intercambio de saludos fueron al grano:
«Es importante que tenga una reserva de hotel, en el país». «Otra vez problemas con el hotel. ¿Y estos quiénes son?», me pregunto mientras escribo sin darles importancia como si estos personajes fueran tan solo espectros. Eran más que eso; eran miembros del todo poderoso grupo especial: “Cuerpo de la guardia de la Revolución Islámica”. Entonces uno me pregunta: «¿De dónde es?» «Italiano», respondo. Un silencio sucesivo le da la oportunidad de intervenir al segundo gorila y hacer sentir su voz gruesa: «¿¡A quién viene a ver usted aquí!? ¿¡Viene a encontrarse con alguna organización!?». «¡No señores! ¡No conozco a nadie! Ni vengo a encontrar a nadie.» «¿Va camino a Basora en Iraq para unirse a alguna organización terrorista?» «No, de momento, no tengo intensiones de visitar el país vecino.» «¿Entonces que viene hacer usted a Irán?», esta última pregunta fue en tono furioso y con la cara desencajada. «De turista», respondo sin poder evitar que me escape una
sonrisa. «¡Turista! ¡Aquí nadie viene de turismo!» «Entonces vengo de visita.» «¡Mucho menos de visita! ¿¡A quién tiene planeado visitar!?» Al ver la cólera que estaban pillando este par, pienso un poco, encuentro el fallo y respondo: «Entonces, estoy en tránsito». Por fin logré pasar ese atasco, pero había otros: «¿En qué hotel se va a hospedar en Shiraz?» Siento que la situación se está complicando, entonces, intento calmar un poco los ánimos pasando la ciudad de largo. Cojo un poco de aire y en tono distendido digo: «No voy a quedarme en la ciudad porque viajo de inmediato a Teherán y desde allí a Turquía en autobús sin paradas intermedias». «¿Bueno pero tendrá usted que dormir? ¿En cuál hotel de la capital tiene usted reservación? Entienda que sin una reservación no puede entrar al país y debe regresar en el próximo vuelo al lugar de proveniencia.» Pensaba decirles: “¡Qué pesados!” Pero el rumbo que había cogido el diálogo no daba lugar a un paso en falso, entonces, me contengo y analizo el alcance de la reciente amenaza. Puedo afrontar el contratiempo pero me dolería muchísimo no poder visitar el país, entonces, me tranquilizo y exploro mis conocimientos en busca de una solución: “En un país donde casi todo se llama Imán Khomeini, en honor al carismático líder espiritual desaparecido, tiene que ser una buena respuesta”. «Tengo una reserva en el hotel Imán Khomeini de Teherán.» Por la forma que me miran deduzco que o no conocen la capital o no existe un hotel con ese nombre. Entonces, haciendo un poco el despistado, saco un papel con algunas anotaciones, que nada tienen que ver con el tema y corrijo: «Perdón, quise decir que el hotel que está ubicado en la plaza Imán Khomeini de Teherán». Los tipos no entendían bien inglés y encima yo a ese idioma acostumbro a hablarlo más veloz que los otros. La entrevista está durando demasiado y los agentes que muestran signos de malestar y cansancio, cruzan miradas, dan por valida mi respuesta y se preparan para pasar a la siguiente.
Los dos al mismo tiempo, como que vienen a pillarme:
"Juego dentro del juego"
«¿Teléfono en Irán?». Después de esta pregunta inmovilidad y silencio de su parte. Calma aparente que insinuaba que estaban listos para explotar, pero antes yo reacciono mosqueado buscando una aclaración: «No quedamos que estoy en tránsito. Si estoy en tránsito, como voy a tener teléfono». «Tiene que tener un teléfono en Irán. ¿A quién viene a ver?» «Le repito que no vine para ver a nadie, para mí es muy importante pisar el suelo de este magnífico país y con respecto a la pregunta anterior, sí que tengo teléfono.» Entonces, confiado echo la mano al bolsillo trasero de mi pantalón, cojo mi cámara de foto de color plata, dejo que la vean a la ligera, la vuelvo a guradar y les digo: «Ven tengo teléfono móvil, ustedes me llaman y yo respondo». Luego haciendo un poco el loco, esto último sin ninguna dificultad, escribo el número de mi antiguo celular de España, en el módulo, y de esa forma finalizo de rellenar el cuestionario. Realmente lo único que tengo bien es el billete de 50 euros, esencial para pagar el visado, y una foto que es, absolutamente, necesaria. Con esas dos cosas les termino de torear, después de qué, los agentes intercambian algunas palabras en su idioma y aceptan que continúe con el trámite.
Estos hombres son del servicio de inteligencia y estoy seguro de que no se tragaron ninguno de mis trucos pero de su interrogatorio dedujeron que no era un pasajero peligroso.
“Ser o no ser, entrar o partir”. Realmente un puñadito de palabras fue el que me abrió las puertas de la República Islámica, cuando dije: “Para mí es muy importante pisar el suelo de este magnífico país”.
«¡Qué locura! ¿Por qué será que algunos se empeñan en forzar situaciones difíciles cuando la vida es tan simple?» ¿A quién me refiero cuando digo esto? ¿A otros? ¿O a mí mismo?
«Bienvenido a Irán señor», fueron las palabras de la mujer policía, vestida de negro y con la cabeza cubierta, después de sellar y restituirme el pasaporte.
Estaba dentro, una pequeña victoria consentida dentro del juego de la vida que estoy jugando, a veces diseñado por Dios y otras por el Diablo.
Ahora siento que es necesario dividir la presentación, entonces, a todos aquellos que les apetece salir del aeropuerto para visitar el país deben solo pinchar el siguiente en lace: “Irán, mi primera visita”. Y a los demás solo me queda agradecerles que me hayan acompañado hasta aquí.
Relato real de una historia conmovedora
Cuando todavía está claro
y la luna ya remonta los cielos, Ringo, regresa a la plaza principal para
repetir el paseo. ¡Qué hermoso! Familias enteras, parejas y amigos hacen picnic
en el prado mientras socializan relajados. Arriba y al frente, la Señora
Blanca, posa como una luz divina en medio de los minaretes que azules como el
cielo y resplandecientes por luz propia forman con la luna un conjunto idílico.
Caminaba y pensaba: «Sant Tropez, mi casa, mis negocios y el día que aburrido
sin saber qué hacer, fui de mi amigo el concesionario R.Villa, solo de visita,
y salí con mi primer automóvil cabriolet. ¿Cuántas cosas forman una vida?
A pesar del esfuerzo, de
las mujeres que conocí olvidé más de la mitad. Recuerdo los apuros que pasé las
veces que alguna muchacha escapó de mi mente de la noche a la mañana por causas
de un colocón que me empujó al papelón. De todas maneras, tengo presente
muchas cosas, pero no recuerdo haber mirado en veinte años ni una sola vez la
luna. Estaba ahí casi cada noche, sola o con sus amigas las estrellas, esas
mismas que ahora admiro, en este cielo de Persia. Las cosas simples de la vida
no cuestan dinero y el hombre demora demasiado en aprender a disfrutar de lo que
tiene a su lado, a veces no lo consigue y otras, es demasiado tarde.»
En este momento alguien
cree tener una presa:
—Parlez vous francais monsieur?
—Oui monsieur —responde Ringo.
«Pero usted no es francés. ¿De dónde es?» Odiaba las preguntas, ya
había olvidado todo el romanticismo del discurso que se había echado sobre las
cosas simples y contesta de mala manera: «Es una historia muy larga
lejos de los límites de incumbencia ajena». Pero el muchacho mas allá
de sentirse ofendido, tira fuera una sonrisa y palabras: «Señor yo estudio, a mi manera, idiomas y quisiera que usted
sea mi maestro por el tiempo que dure un paseo». Solitario
y poco comunicativo, desde que se alejó de Francia, sintió que no podía
defraudar al estudiante. ¡Y bien que hizo en no
hacerlo! El iraní dice llamarse Murras, comenta que
cursa derecho a distancia y con alegría remarca que al momento está dando sus
últimos exámenes. Además, le gustan mucho los idiomas y le alienta pensar que
los conocimientos siempre estarán ahí para ayudarle a tirar del carro de su
futuro. Utilizan como lengua base el inglés, dieron saltos por el francés y se detuvieron
en el idioma español: el preferido de Murras. También dijo que estaba
interesado en aprender la lengua italiana pero demoraba el inicio porque no
contaba con un libro que le ayude a seguir la gramática y tenía dificultad para
encontrar a personas provenientes de la península mediterránea. De repente un
silencio corta su charla; lleva algo dentro y tiene que sacarlo. Sus cejas
gruesas se arquean hacia adentro, no expresan rencor, sino tristeza que hace de
fondo a sus palabras: «Muchas personas piensan
que los iraníes somos todos terroristas. Mire mis armas; un libro viejo y una
lapicera que a veces se empaca como una mula y no escribe. ¿Usted qué piensa al respecto?», pregunta difícil. «Ante
todo te presento mis respetos a ti y a tu pueblo. Además de eso puedo decir que
los países los forman los hombres y en todos lados hay personas buenas y malas.» Tenía mérito lo que hacía; en realidad hablaba muy
bien sus idiomas y las inquietudes que tenía eran de formas gramaticales
complejas de uso poco frecuente en la vida cotidiana. Murras, lleva unos
apuntes preparados y aunque suele echarles una ojeada, las preguntas las sabe
de
memoria y, una a una, las
va soltando…
… «¡Puf!, no había trabajado así
en años», pensó Ringo.
De la plaza al puente, un
par de kilómetros, sin parar de contestar preguntas. En realidad fue un
intercambio del que los dos salieron beneficiados: Ringo, le pidió que le
enseñe los números árabes y, Murras, lo hizo con todo gusto. Con esa herramienta
quien no entiende el idioma, al menos puede conocer los precios y los horarios.
Una vez de visita en Siria los había aprendido por necesidad en circunstancias
similares. Los utilizó y al dejar de hacerlo los había olvidado; son fáciles.
El país visto desde afuera es un gueto y gracias al estudiante supo cosas que
no traspasan las barreras que lo separan del mundo externo, por citar un ejemplo:
“En Irán viven judíos que en paz tienen sus sinagogas”. Hombres y templos en
armonía con el resto. Ringo no podía entender como por allí no había discotecas
o salas de fiestas. La respuesta de Murras fue: «Esto
es Irán y aquí no manda el pueblo». En realidad es así en
todas partes solo que la República Islámica no da concesiones para disimularlo.
También tocaron en forma ligera temas políticos y religiosos. Ringo, dijo ser
ateo y el persa preguntó: «¿No tienes Dios?». «A decir verdad, no tengo
y si algún día me viera obligado a elegir mis dioses, ellos no podrían ser
otros que mis padres, los dioses que me trajeron al mundo.» La charla es amena y, por sobre todas las cosas, se
destaca por la sinceridad del forastero.
Murras quiere saber y
pregunta: «¿Qué piensa del aspecto de los iraníes?». Ringo, le tuvo que corregir esta última frase cuando
estaban utilizando el idioma español. El muchacho lo agradeció y esperó la
respuesta: «A decir verdad, veo que está lleno de feos,
aunque debo reconocer que también los hay del lado opuesto. Estoy seguro de que
a las revistas de moda, de todo el mundo, no les llevaría sobreesfuerzo llenar
sus páginas con modelos de estas tierras». “Más vale una respuesta
sincera inesperada, que una mentira envuelta en pétalos de flores marchitas”.
Había sido una hermosa
experiencia, pero todo tiene un límite, siente que el crédito está agotado,
decide poner fin a la charla y para hacerlo dice que marcha. Caminan un poco más
juntos y el estudiante apura sus últimas preguntas. Cuando están llegando al
destino más inmediato, Ringo, pregunta: «¿Vas hacia la plaza, a ver
si puedes sacarte otra clase?». Tiene mucho mérito lo
que hace el muchacho: «No señor, yo no soy de
esta ciudad; vivo en un pueblo a sesenta kilómetros de aquí y siempre que puedo
y tengo algunos ahorros vengo hasta a la ciudad a ver si la suerte me ayuda a
encontrar algún extranjero que quiera ser mi maestro». Ringo sigue su camino y Murras se agrega a una,
interminable y desordenada, fila de gente que espera el autobús.
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