Viaje a China

El año pasado cuando crucé la puerta era de madrugada. Llegar a un sitio de noche siempre es complicado pero, de todos modos, me sentía afortunado. Estaba feliz porque acababa de descubrir que había conocido un ayer desaparecido y un hoy que corre hacia el mañana.

Veintitrés años habían pasado desde mi primera llegada a China, por el mismo camino, desde Hong Kong a Shenzhen. Recuerdo que esta última ciudad que hoy tiene casi 5 millones de habitantes y me sorprende, en aquella época no era más que un punto de reunión de bribones que, apostados entre el espacio que separa la frontera de la estación del ferrocarril y camuflados entre la gente honesta, buscaban sacar provecho del lugar estratégico. En este mismo sitio hoy para buscar la luna hay que mover mucho el cuello para evitar los rascacielos. 
Ciudad de Shenzhen
a finales de los años ochenta
No llegaba para quedarme, así que seguí a lo mío y más adelante me recibió Guangzhou, Cantón en nuestra lengua, esta ciudad también me había visto cuando era joven, no sé si ella a mí me recuerda pero tanto ha cambiado que yo por más que me esfuerzo no la reconozco. 

Shenzhen hoy
Todo este progreso tiene mucho merito pero hay situaciones que oscurecen tanta belleza y por esa razón estoy un poco molesto con el Gobierno chino que censura contenidos e impide el libre acceso a muchos sitios de “la red de redes”. De todas maneras, a pesar de este inconveniente, aquí también viajar con el ordenador que nos provee información, es un lujo. Más allá de esa herramienta, las nuevas generaciones hablan inglés y en muchos casos las dificultades que a un forastero se le presentan, los más jóvenes les ayudan a resolverlas. Ahora también las letras de nuestro alfabeto aparecen debajo de los caracteres del idioma chino y este adelanto facilita el buen desenvolvimiento.
Cuando yo llegué aquí por primera vez, nadie me entendía. Ni siquiera lo hacían donde me alojaba y para saber cosas tenía que ir al único hotel importante que había en la ciudad —demás está decir que ahora hay cientos—. Recuerdo que solo por ser occidentales nadie dudaba que nos hospedásemos allí. Lejos de las habitaciones cualquiera de nosotros, sin dificultad, pasaba por un cliente; utilizaba el servicio de traducciones, usaba el teléfono para llamadas locales y el hall para reuniones casuales. Muy distinto era en el día a día donde para desenvolverme llevaba papel y lapicero y mis comunicaciones entraban en el infinito del dibujo. 




Había dos monedas; una para extranjeros y otra para chinos, llevaban impresos los mismos números y su poder adquisitivo era igual pero al cambiar de forma oficial pagábamos el Yuan veinte veces su valor real. Para salvar aquella dificultad existía en un mercado negro callejero. 
Otra de las curiosidades de la época era que el llegado de afuera no podía comprar personalmente sus pasajes de tren a buen mercado porque sus rasgos le obligaban a pagar con su moneda —y vuelvo a repetir costaba 20 veces más—. Entonces yo en particular contrataba algún chino de esos que con ese fin se apostaba en la puerta de las estaciones. No importaba si pagabas en una moneda u otra; el cartón que recibías era el mismo y los beneficios de viaje eran invariados.
Estoy hablando de un país en dos momentos distintos y para hacerlo voy a emplear el conocimiento de 6 de mis viajes a esta tierra.

Ciudad de Guangzhou
hace más de dos décadas
Ya lo entenderán más adelante. Les comenté de una experiencia que tuve el año pasado y entre otras cosas les dije que en esa oportunidad había encontrado un gran cambio, que las nuevas generaciones hablan inglés y bla, bla… 



Guangzhou hoy
Pues hoy acabo de entrar a China desde Laos y a pesar de que el cruce de frontera fue como dar un salto al futuro —incluso nos desinfectaron—. En la primera ciudad importante: “Mengla”, nadie me entendía. Estaba mal acostumbrado y tuve que volver a utilizar, con poco empeño y menos éxito, el viejo sistema que imponía llevar papel y bolígrafo para comunicar dibujando. Lo curioso fue que el único que encontré que hablaba idiomas era un vendedor de frutas que, además, era el único que cambiaba dinero durante el fin de semana. Es un listo que conoce la necesidad de yuanes del llegado de afuera y se sabe aprovechar. De todos modos, donde faltan las facilidades la gente nos presta más atención y por ejemplo si necesitamos conexión a la red basta que entremos a una tienda donde haya ordenadores y preguntemos si nos dejan húsar uno, de seguros dirán que sí y no aceptarán nada a cambio. 
De esta parte de China les puedo decir también que ver al campesino victorioso en su lucha eterna contra la  complicada jungla de alta montanas es maravilloso. 

Las terrazas de arroz de Yunnan son espectaculares, pero también lo son los cientos de miles de hileras de árboles de los que se obtiene caucho; son tantos que creo que una buena temporada sería suficiente para fabricarle ruedas a nuestro planeta. Es un lujo ver parcelas de distintos colores y tonos variados donde abunda el banano de buena calidad, el maíz tierno y la fruta tropical excelente. 
La Garganta del Salto de Tigre sobre el río Yangtsé es increíble, 16 km en donde las gargantas permiten el paso del río que forma una serie de rápidos entre los dos picos de más de 5000 metros de altura. Rodeado de empinados escarpes, es el cañón de río más profundo del mundo. Su nombre hace referencia a la leyenda que cuenta cómo para escapar de un cazador, un tigre saltó el cañón en su punto más estrecho. 

Las gargantas son extremadamente peligrosas y no son navegables pero hay un sendero que, además de hacer posible recorrer el cañón, pasa por un par de aldeas donde entramos en contacto con sus etnias. 
Kunming



Ahora para cerrar voy a recordar con una foto la ciudad de Kunming que yo, en particular destaco por su maravillosa vida nocturna.


No siempre estamos finos y reconozco que con China he empezado un poco flojo pero, por favor, sigan conmigo que en las próximas entradas va a llegar más y mejor de este país  que  me fascina.



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