Pekín

Esta vez llegué a la ciudad desde Corea del Sur con la sensación del deber cumplido. Ahora de Asia solo me queda por conocer Corea del Norte, que voy en camino, Bután y Pakistán, paises  que a pesar de los inconvenientes les tengo en la lista de prioridades. Malditas visas, el mundo es de todos y como dueños de este planeta es feo que se nos impida la visita lugares que, de alguna manera u otra, nos pertenecen. No es que yo busco conocer todo el globo pero cuando puedo agrego a mi lista nuevos sitios. Ahora mal humorado insisto: “Yo conocería muchos más países —conozco 163— si no necesitase ese sello consular que en lugares determinados garantiza la entrada”. 
Bueno ¡Basta ya! Porque para uno que le gusta coger su boleto y marchar hacia el lugar  este no es un tema agradable de tocar. Yo ya tengo muy visto a Beijing —lo siento pero me gusta llamar a las ciudades según el nombre que uso, sino es que como si su sabor fuese otro—. Esta vez llego con lo puesto, el Cepillo de dientes y la crema dental. Por tirar, tiré hasta la mochila. Renovarse es vida; en la capital de China me fascina ir de tiendas y desde ya les aseguro que de aquí nos vamos cargados. A propósito de este último punto cuando uno se pasa tiene que reconocer que lo ha hecho y antes de seguir lo hago.

 A pesar de que esta vez no vine para  hacer turismo una vueltecita por la plaza de Tianamenen para ver la entrada de la Ciudad Prohibida, voy a dar. La entrada nada más porque tuve la suerte de visitar el lugar antes del restauro y me atemoriza verle después que le hayan metido mano.

 Los chinos en este tema, para mi gusto son un desastre y prefiero recordarla como fue y no verla como quedó. Llego hasta aquí con la intención antes mencionada y cuando salgo de la boca del metro me encuentro que el cielo tiene toda la gama de los naranjas hasta ahondar en el amarillo. Ahora el viento sopla con rabia y yo camino de prisa porque quiero terminar pronto el recorrido para visitar más tarde el zoológico. Tormentas de arena ya las he visto incluso más espectaculares que esta, como las rabiosas que se desatan en el Sahara y penetran en el sur de Europa, solo por citar un ejemplo. De todos modos estas arenas del desierto de Gobi sobre Beijing, hoy pintan un cuadro magnifico y si dan algo de fastidio creo que el precio es justo por disfrutar del espectáculo. 
En la capital de China, podemos ver cosas de ayer y de hoy. 

La Ciudad Prohibida
En la imagen vemos un Nian
 (guardian de las puertas) en la entrada
 de la Ciudad Prohibida
Según las tradiciones cada emperador gobernaba por mandato del Cielo que formaba tridente divino con la Tierra y el Hombre. 
El emperador que era hijo del Cielo, era también el enlace necesario para que prevalezca el orden y la armonía en la Tierra; estados que llevaban a alcanzar el  equilibrio pleno. 
Dentro de este contexto la Ciudad Prohibida con su simetría, orden por jerarquía y esplendor reflejaba el símbolo del estado deseado. 
Este imponente complejo de color rojo rodeado por un canal de contención de 6 metros de profundidad y muros de 10 metros de altura, anchos lo suficiente como para soportar las embestidas de las balas de cañón, es Patrimonio cultural de la UNESCO y posee más de 9000 habitaciones contenidas en más de 900 edificios. El sitio que fuera residencia del Emperador y su corte y centro ceremonial y político del gobierno desde la Dinastía Ming hasta la Dinastía Qing, después de ver pasar 24 emperadores, con la abdicación del Último Emperador dejó de ser centro político de China y hoy es una atracción donde destaca una valiosa colección de objetos de las dinastías antes mencionadas.



El Palacio de Verano 

Es un sitio romántico que lo tiene todo: “El lago de Kumnig, sus canales, el Barco de Mármol, el Puente de los diecisiete Arcos, otros puentes, sus templos, a lo lejos se divisa una hermosa pagoda; abundan las flores de loto y las aves”. Por estas latitudes siempre llegué cuando los árboles estaban desnudos y las plantas sin flores, situación que me alejaba de la visita al Palacio de Verano. Hoy es un día de primavera de esos que, por aquí, cada mujer lleva su sombrilla y yo voy rumbo al parque. 
Por fortuna, sus museos conserva piezas excepcionales y persiste la esencia de antaño porque la reconstrucción es demasiado evidente y no hay piedra del complejo que no se haya movido de su sitio. No hay duda que el lugar sigue siendo maravilloso pero en estas condiciones yo no me atrevo a llamarle por su nombre original y para mí es “el parque de la ciudad”, donde la gente pesca, nada, corre, práctica yoga, dibuja, pinta y suena instrumentos. Me dijo un artista y yo que escribo coincido que en el sitio hay una energía que hace que la inspiración fluya por canales que llegan desde el infinito. 



Es una construcción de dimensiones épicas que por verse desde el espacio podríamos decir que es como el logo que en su caso identifica a nuestro planeta. Recorrer alguno de sus tramos es emocionante y por esa razón deseo que algún día ustedes también den pasos sobre sus piedras y reciban la brisa de las montañas del norte que desde las atalayas de la muralla se vigilan.

La Opera, el Circo, la Villa Olímpica y otros pertenecen al Beijing de hoy, mientras que yo con algunas de mis fotos voy a intentar llevarles a finales del siglo pasado y si tienen la oportunidad de leer mi libro: “El Último Inmortal”, van a viajar a la ciudad en la época del emperador Tongzhi cuando quien, realmente, gobernaba China era su madre llamada Ci Xi.

El estadio de la Villa Olímpica                              

Imágenes de la ciudad  tomadas durante  mi primera visita





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