Uzbekistán

Los puntos verdes marcan mi salida en avión desde Afganistán hacia Taskent, capital de Uzbekistán y los de color lila muestran el camino de ida y vuelta a Samarkanda.

Los círculos rojos indican el enlace aéreo  con Muynak en el Mar de Aral y los puntos rosas  marcan el recorrido a través del desierto de Karakún para antes de salir del país hacer un alto  en la ciudad monumental de Bukhara.



Llegué cansado y me hospedé donde pude y no donde hubiese querido; era un hotel de esos de estilo soviético con pasillos infinitos que el ejército ruso solía utilizar en los tiempos de la guerra contra Afganistán. Las paredes de los cuartos todavía muestran escritos de aquella época. Después de un día de estos deseo acostarme y ganar el sueño pero antes necesito un baño, entonces, siguiendo las indicaciones voy camino a las duchas. Cojo por el corredor hasta el final, luego bajó unas escaleras y enlazo con otro pasillo. Tengo la sensación de que buscando los baños voy a llegar a otro pueblo. ¡Por fin los encuentro! Una docena de compartimentos en estado calamitoso. Intento escoger el mejor pero encuentro que hay muy  pocas diferencias; todos tienen los posa-toallas oxidados y ninguna de las puertas se puede cerrar desde adentro pero por fortuna están limpios, hay agua caliente y para uno que sabe hacer el indio es más que suficiente.
Bazar
A la mañana siguiente me levanto temprano y voy por las últimas dos visas que necesito para terminar de visitar la zona. Ya lo sabía pero uno siempre carga con la esperanza de que salgan mejor las cosas. Pasado el medio día dejo las embajadas de Turkmenistán e Irán con respuestas buenas y malas. Ambos países están dispuestos a darme una visa de tránsito pero es la demora que representa un problema. De todos modos este tipo de viajes parte con una base y es normal que desvíos y complementos vayan surgiendo en el camino. Uno realiza el esfuerzo y se deja su dinero para visitar estos sitios y, además, tiene que soportar sus incoherencias. Para obtener la visa del siguiente destino necesito primero la visa del estado sucesivo. Entonces dejo mi pasaporte en la representación de Irán y salgo pensando que yo no puedo permanecer todos estos días aquí. Y no iba a hacerlo. La ciudad es moderna; doy un paseo por la ciudad para ver lo típico, el bazar, algunos edificios emblemáticos y sobre todo la gente que con sus costumbres hace el espectáculo. Sin insistir surge una idea: “Esta noche voy a salir de fiesta y mañana cuando me levante voy a utilizar el tiempo de espera para visitar una ciudad mítica.

Misterios y leyendas entre los muros de
Samarkanda
El solo hecho de pronunciar su nombre eriza los bellos. La ciudad está anclada en el que fuera un punto estratégico de la Ruta de la Seda desde el año 700 a. C. cuando era la capital del Imperio Persa de Aqueménida. En el 329 a. C. fue conquistada por Alejandro Magno y más tarde saqueada repetidas veces por árabes y mongoles. Cada vez que cayó Samarkand se supo levantar. Fue y es hermosa pero la codicia del hombre no la deja reposar y en este momento hay un movimiento clandestino que lucha para que pase a dominio de Tayikistán.
Fue un viaje de ida y vuelta; de regreso a la capital recogí mi pasaporte lo llevé a otra embajada y un día más tarde tenía todo listo, entonces, en el afán de recuperar algo del tiempo perdido voy a viajar hacia el extremo oeste del país en avión.
Dominado por la curiosidad, ante una combinación de hechos tremendos, que debería tener presente el mundo entero, retraso de momento algunos quehaceres y voy en busca del mar perdido. En el sitio donde voy a empezar el recorrido encuentro la estatua de un pescador con un esturión en mano, que se esfuerza sin éxito por recordar los buenos tiempos del pueblo. Las aguas de la que fuera una importante aldea sobre la costa del mar Aral se retiraron tan lejos que desde el puerto hasta donde alcanzaba mi vista solo veo desierto salpicado por algunos restos verdosos, que crecen gracias al limo de lo que fue el fondo marino. Más adelante, lejos de la zona urbanizada encuentro un gran número de cascos, de naves de distintos tamaños, que una vez navegaban estas aguas y ahora luchan para no ser devoradas por la arena. Una imagen desoladora y triste; toneladas de hierros oxidados yacen, aquí y allá, sobre el dorado y ocre de la sabia. Muertos en la batalla, esperando en vano que regresen las aguas. Catástrofe y muerte, dos cosas marca registrada del hombre.
Imágenes del desastre del Mar Aral
En el mar Aral desembocan dos ríos pero antes de la catástrofe la renovación de su masa de agua dependía de todos los países de Asia central donde se encuentran las grandes montañas que alimentan los afluentes. Durante el régimen soviético, se decidió sacrificar el mar Aral para irrigar los campos destinados a la cosecha del algodón. «Vaya ecuación más tonta: Algodón sí, peces no». Para sacar adelante alguna década de fuertes cosechas tuvieron que contrarrestar la salinidad del suelo con grandes cantidades de agua, que era interceptada en su camino natural hacia el mar. No solo saquearon su agua, también la envenenaron por el uso de gran cantidad de pesticidas; estas sustancias fueron arrastradas hacia los ríos y llegaron para contaminar el mar. Hoy todos aquellos abusos que sufrió el Aral lo llevaron a perder más de la mitad de su superficie. Las plantas y árboles, literalmente, desaparecieron de su entorno. Veintiocho de las treinta y dos especies de peces que poblaban un mar que producía cuarenta mil toneladas de pescado al año, no lograron sobrevivir debido al aumento de la concentración de sal por la disminución del agua. Por otra parte, los pesticidas que una vez estaban alojados en el fondo de las aguas, hoy están depositados sobre aquella arena expuesta al viento que lleva, de aquí para allá, la muerte. Las consecuencias son tremendas porque nubes tóxicas producen infecciones respiratorias, problemas en la piel, los ojos y muchas complicaciones más. A todo eso hay que agregarle la mala calidad del agua; aquí enfermedades como el cáncer han alcanzado niveles máximos, un altísimo porcentaje de los bebés mueren antes de nacer y una cantidad preocupante a niveles extremos, llegan al mundo con malformaciones.

Empujados por nuestro fanatismo, egoísmo y en algunos casos por falta de saber de todo eso y de mucho más somos capaces. ¿Hasta cuándo?

Con la tristeza clavada en mi pecho regresó al pueblo, no como ni bebo nada que no venga envasado de lejos y para citar un ejemplo el agua mineral es de origen turco. Las dos caras de la moneda; la alegría la ponen un grupo de niños que juega con un balón en la calle, mientras la angustia se hace fuerte en los mayores. La esperanza de vida en esta zona no supera los cuarenta y cinco años y el cáncer en estado terminal en muchos casos incluye un olor feo que escapa con el habla. Vine aquí para ver, ver para protestar y rogar para que esto no suceda nunca más.
El Aral es parte del mundo que tenemos pero sin duda no el que deseamos. Les recuerdo que la culpa es nuestra.
Volé hacia el Oeste y voy a regresar en autobús hacia el Este, a través del desierto de Karakún.
En este integrante de Asia Central también la corrupción supera todos los límites. Antes y después de las zonas urbanizadas la policía —bajo ese nombre en Uzbekistán operan mendigos y ladrones— elige un punto en el camino y allí monta su propio negocio. A veces exageran tanto que entre uno y otro apenas si respetan un gap de distancia. Por aquí es costumbre que en cada puesto el conductor se baje con un billete pequeño y se lo entregue sin más. El problema y las demoras prolongadas surgen con el aburrimiento de los policías a los que les encanta hurgar entre las cosas de los extranjeros que por esta parte del mundo son lo más parecido a los extraterrestres.

El desierto de dunas de arena roja alternadas con piedra calcinada es precioso pero la sensación térmica que alcanza los cincuenta grados centígrados y horizontes lejanos desalienta a los viajeros. Sin duda no es mi caso porque a mí el calor me fascina y el terreno vacío me llena el alma.

Bukhara
Bukhara o Bujará
Es la puerta Oeste del desierto de Karakún, la ciudad que también está en el recorrido de la ruta que antaño unía Oriente a Occidente se presenta como una joya arquitectónica donde no hace falta tirar demasiado de la imaginación para que nuestro espíritu cruce el puente que conduce al pasado.entro de la muralla exterior encontramos la Ciudadela de Ark, una fortaleza amurallada que contenía el palacio del emir, mezquitas, el centro de administración de la ciudad e incluso la cárcel. Por los bombardeos del Ejército Rojo en el año 1920, una parte del interior se encuentra en ruinas pero, de todas maneras, vale la pena la visita.
Complejo de la mezquita incluido el
 Minarete de Kalyan
La vida comercial que arrastra la ciudad desde que fuera un importante componente de la Ruta de la Seda se desarrolla en la zona denominada: “Los tres mercados”, donde la actividad se anima debajo de una seguidilla de cubiertas abovedadas que unidas entre sí forman galerías. El sector del oro es increíble pero para mi gusto tanto brillo junto cansa, entonces después de unos minutos cambio recorrido dejo el bazar y continúo por el centro histórico donde destaca el complejo de la Po-i-Kalyan mezquita y su minarete llamado: “La Torre de la Muerte”, porque hasta hace muy poco solían ajusticiar a criminales arrojándoles desde la cima.
Dos días aquí y doce en total en el país es sinónimo de misión cumplida, ahora no muy lejos de "Turkmenistán" me preparo para seguir camino. Les recuerdo que pinchando el enlace anterior siguen viajando conmigo.
Desde ya gracias por hacerlo.  

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