Malasia


Estoy llegando de madrugada; autopistas, puentes, parques, lagos y rascacielos. Y yo me pregunto: -¿Dónde están las casas bajas? En un determinado momento el autobús me descarga en una estación y allí mismo cojo el Rápido de Kuala Lumpur —la línea sabe ser topo pero por las vistas la prefiero cuando cruza la ciudad como un pájaro— de esta forma en unos pocos minutos llego a mí hotel. 
Esta parte de Asia, y sobre todo Malasia, está atravesando el periodo de lluvias y cuando esto sucede generalmente, cada día de la misma manera a la misma hora, llueve. De tanto andar y escuchar, también, soy gurú meteorológico y aunque sabía que llovería salí a dar un paseo. Tenía que buscarlas y verlas porque eran ellas que me traumaban. A mí me gusta ver cine porque me alegra mucho cuando veo que conozco los escenarios y cuando sucede lo contrario me pongo nervioso. Hace décadas había estado en la ciudad y por esa razón alcancé a reconocer un templo y un par de edificios gubernativo. Aquí todo a cambiado y tengo la sensación de que alguien ha colocado a los tres nombrados en otro cuadro.
Edificios que recuerdo


Así era antes...

Kuala Lumpur
Torres Petronas
¡Qué ciudad amigos! En los setenta para ir a ver el progreso había que viajar a Estados Unidos, mientras hoy es preferible venir a Asia. Como se los dije acaba de comenzar a chispear y me reparo porque se viene el agua. Pasa el tiempo y la lluvia me tiene prisionero en este bar que por un lado muestra la calle y por el otro el  ingreso a una coqueta galería comercial. Cuando estamos relajados suelen aparecer gracias, en este caso llega de la mano de otro turista. Un tipo de esos que salta a la vista que viaja con un presupuesto elevado. Es de compostura abundante y no se los voy a terminar de describir físicamente porque temo pasarme. Aunque si uno a mí me describiese con la verdad por dura que esta fuese no me molestaría. De todas maneras no puedo dejar de comentar cómo va vestido; lleva bermudas floreados, camisa de estampado idéntico y gafas de sol, que no entiendo para qué las lleva puestas. Desde mi posición veo los relámpagos que se reflejan en acristalados edificios y después de cada raja blanca, que parece agrietar el dorado, llega el trueno para abrir un paréntesis. La persona en cuestión intenta cambiar de acera para encontrar un reparo y después de un relámpago lucha contra el tráfico que viene lanzado por la misma pista en la que el agua baja formando un río, en plena faena lo sorprende el estruendo. ¡Hay madrecita! Su rostro expresa miedo, literalmente, quedó de cintura para abajo paralizado y con las manos extendidas hacia adelante, como si con estas va a poder detener los coches que a pesar de tener las ruedas bloqueadas sus neumáticos vuelan sobre la película de agua. En este punto muchos se tapan los ojos, pero un hada lo saca del shock y, a duras penas, logra alcanzar un estrecho cantero que divide la avenida. Es ahora cuando llega la gracia: el camino es un torrente de líquido, el tránsito en ambos sentidos es intenso y nuestro amigo, que lleva colgada del cuello una máquina fotográfica de las más grandes, queda atrapado en el centro. No puede cruzar y cada coche que pasa lo baña de pies a cabeza, así una, dos…, cinco…, veinte veces… Cada vez que intenta secar la cámara recibe otro golpe de agua. Ahora busca cubrirla con las manos y desespera porque es una empresa imposible. Por encima de esta misma avenida pasa el mono-rail, entonces camina unos metros y busca refugio detrás de una columna que sostiene el sistema, pero en esta posición tampoco está a salvo y el show continúa. Gira el pilar de cemento, se asoma con la torpeza de un niño pequeño y no puede evitar recibir más pantallazos de agua. Se está volviendo loco y empujado por la desesperación pasa de buscar refugio. Parece que quiere salir de allí a cualquier precio, ahora se para sobre el bordillo y, sin importarle recibir más agua, hace señas a los automovilistas para que se detengan. Vienen  a más de sesenta kilómetros por hora, en estas condiciones algunos lo advierten demasiado tarde y los que le ven con tiempo no le hacen caso, entonces sin medir las consecuencias intenta el cruce pidiendo que frenen. ¡Dios!
En total la acción duró diez minutos largos y les puedo asegurar que está vivo de milagro. Cuando llegó del otro lado, después de los aplausos de los que están en la entrada a la galería, esperando que cese la lluvia, supo que algunos jóvenes filmaron las escenas con sus teléfonos. Ahora una señorita se le acerca para reproducir el vídeo…,  las personas presentes ríen y el protagonista demuestra que sabe reír de sí mismo pero cuando llegan los momentos finales donde fuera de sí asume ese estúpido riesgo se abre un silencio y cunde el pánico; con esto y algo más pasó el aguacero y yo sigo camino.
El bienestar económico se palpa en el aire y lo bajo que mantienen su moneda, para ser competitivos, es una alegría para mi bolsillo. Allí están. ¡Por fin les veo! Son el símbolo de la ciudad y de la compañía de petróleo que las tiene en propiedad. Para todo el que quiera disfrutar de las vistas la visita es gratis. Pero cuidado, los tickets son limitados y hoy no podemos entrar.
Siempre digo que esto de viajar es un trabajo, donde el currante suele tener asistencia perfecta. Terminé en la madrugada, y ustedes ahora estarán pensando que lo hice en el Beach Club de Kuala Lumpur, allí sí que merece la pena terminar y morir si es necesario. No, lo mío fue mucho más duro, estuve trabajando con los mercados de valores y por la diferencia horaria con la hora del Atlántico de los Estados Unidos a las cinco de la mañana cerré el ordenador. Después cogí una ducha, me vestí, pasé por un sitio para ver los últimos compases del baile y cuando cerraron vine hacia aquí. La gente en Asia se levanta temprano, está oscuro, la vida vespertina no ha comenzado y los patrones de los chiringuitos nocturnos, levantados sobre las aceras, comienzan a desarmar para marchar. En este punto es necesario remarcar una curiosidad: “Cuando los locales cierran sus puertas hasta el nuevo día, un ejército de carritos aparece en la calle y quienes los trajinan copan las aceras, con simpáticas estructuras, en las que preparan comida o venden ropa, música o electrónica, lo que sea para ganarse la vida”. Pensaba que sería el primero y para mi sorpresa llegué para coger uno de los últimos números… Valió la pena el sacrificio por la visita porque las torres son diamantes de la ingeniería. Qué bueno es hacer todo lo que uno quiere, es que cuando planifico siempre lo hago dentro de parámetros  realizables. Ahora ya puedo disfrutar de las carreras del gran premio de Malasia en Circuito Internacional de Sepang sin penar por no conocer Las Petronas. No me hagan caso, son locuras mías, a la par de la forma que en esta oportunidad utilicé para describir la ciudad. Les recomiendo que si tienen la oportunidad visiten el zoológico Nagara.
Pinnang
Es una isla ubicada al noreste de Malacia, unida a la Península de Indochina por un puente; 4 horas de viaje por caretera la separan de la capital.
En el centro de George Town, ciudad capital y Patrimonio de la humanidad, destaca la arquitectura de los edificios apostados a uno y otro lado de callejuelas estrechas. Como la urbe se levantó sobre una zona pantanosa y fue necesario rellenar el terreno, toda el área sufrió la pérdida de la vegetación. Por ese motivo, en el afán de ganar sombra la mayoría de las casas terminan sobre la misma calle y una serie de pórticos cubre las estrechas aceras. Aquí prevalecen las familias de origen chino, pero también hay malayos —mayoría en el país— junto a una fuerte presencia de indios y algunos europeos. Esta gran diversidad nos ofrece la posibilidad de visitar: mezquitas, templos hindúes, templos budistas e incluso una iglesia católica. Son de destacar también el Museo de la Guerra, la mansión de Cheong Fatt Tze, construida en 1890 y la Upper Penang Road, donde se desarrolla una hermosa vida nocturna.


Hay muchas más ciudades, playas, parques y cosas más que ver en Malacia, pero cada uno viaja con sus zapatos y yo con lo que he visto de momento me mantiene satisfecho.

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