Debido a la masiva congregación de marchosos llegados
de todo el mundo para participar del evento Rave
más popular del planeta bajo la luz de la luna llena, hay una fuerte amenaza de
falta de alojamiento. Cojo un taxi, a la salida del puerto, y no me dejo disuadir
por quienes insisten en decir que donde voy no hay una sola cama libre. Doce kilómetros y algunas horas me separan de
la fiesta. El vehículo coge por una carretera
interna paralela a la costa separada del agua por una línea irregular de
edificios y bosque. El grueso de la gente ya
está en el lugar y el tránsito es fluido pero no deja de moverse. La playa, es
la última del lado derecho y después del dorado de la arena, el verde se mezcla
con el marrón para formar un monte de unos cientos de metros que linda con
el mar y pone punto final al mango de una isla con forma de paleta.
El camino en el último tramo presenta cuestas y bajadas pronunciadas combinadas
con curvas, contra curvas y más peligros añadido. Lo bueno se hace esperar; en la cima de la subida
final el visitante encuentra un tesoro que entra por la vista y alumbra con
reflejos de diamante un tintineante corazón. Desde
aquí puedo ver como la tierra se estrecha y la luna posa, redonda y blanca,
sobre el monte, como la aureola del ángel del parque natural, que alumbra las
dos mazas de aguas mansas. ¡Precioso!
Las luces de los bares ya escapan de la playa y miles
de decibelios cubren toda el área.
¡Qué empiece la
fiesta!
El taxi me deja en una callejuela a escasos metros de
la arena y después de echar un vistazo me acerco a la recepción de un grupo de bungalows
y pregunto por alojamiento. Parece
que había recibido fundada advertencia, aquí no hay sitio, tampoco en el
siguiente ni en uno más allá. Pero yo jamás me
preocupo más de lo necesario, entonces, camino un poco y encuentro un grupo de
tailandeses ofreciendo taxis por tierra o embarcaciones de alquiler que llevan
a sus pasajeros por el mar.
“Cuando no hay sendero es mejor reposar y pensar”
Ocupo la mesa de la terraza y ordeno un plato de
tiburón en salsa de tomate, cebolla y pimiento que llega acompañado con una
taza pequeña de arroz. Mientras
espero llamo a una mujer que ofrece el servicio antes mencionado y le digo que
necesito una moto taxi. Entonces cuando ella me pregunta: «¿Dónde deseo ir?» Respondo: «Yo a ningún lado; es el chófer quien debe ir a
buscarme un lugar para dormir». Antes de que termine mi cena un hombre encargado del
trámite ya estaba de regreso. Había cogido la habitación e incluso traía las
llaves. Fue sincero y describió el sitio como caro y cutre. No hizo falta un documento porque fue
suficiente con el nombre del mismo conductor.
Entonces, dejo la atmosfera romántica
del restaurante y voy rumbo al hospedaje para apoyar mis cosas. En el lugar
comprobé lo que ya sabía y, además, encontré algunas ventajas; está muy cerca de
la playa y provee conexión a Internet.
Yo soy un duro que se adapta a las circunstancias; para reposar mis huesos el cuarto es suficiente. Pero, de momento, como no necesito descansar cojo una ducha y salgo.
Yo soy un duro que se adapta a las circunstancias; para reposar mis huesos el cuarto es suficiente. Pero, de momento, como no necesito descansar cojo una ducha y salgo.
A mí
sinceramente no me gusta bailar en la arena
porque prefiero la sala VIP de algún local de moda. Pero como dicen los españoles: “Esto es lo que hay. Y con
lo que tenemos vamos a disfrutar”.
La fiesta está en marcha y los estrechos corredores
que conducen a la playa, son afluentes de gente que baja en esa dirección. Hay
un hermoso colorido y los empleados de los bares a voces ofrecen endiablados
productos; cubos de plástico de un litro con todo lo necesario para preparar
una combinación. Vodka–Red
Bull. Coca–ron. O whisky con algo tailandés o importado. Los precios
variaban desde los 150 baht–3 euros, hasta los 300 baht–6 euros, dependiendo
del combinado. Contenedor y líquido se exponen juntos en un sin número de
tenderetes y cuando el cliente se hace con la mercancía, quitan los productos
del interior del cubo, cargan el mismo con hielo, abren las botellas y ponen en
marcha la mezcla. En
una fiesta de esta magnitud, con entrada libre y la bebida a estos precios, el
desmadre es total. En la playa el fuego es
protagonista y los locales presentan verdaderos especialistas que hacen
malabares con barras encendidas. El evento colma las expectativas y grandes
letreros queman en el medio de una ligera oscuridad formas de frases como:
“Ko Phangan-Full Moon Party 2008”.
Soga y combustible, elementos que se combinan para
darle llamas a la noche. No faltan los que encendían anillos, ni tampoco los
atrevidos que se lanzan a pasar por estos como las fieras lo suelen hacer en el
circo. Pero cuando el alcohol mete fichas hay quienes sienten la necesidad de ir
más lejos; un claro ejemplo de locura es saltar en este estado una cuerda
encendida… Tres veces diez mil
personas en un mismo sitio implica que en el agua y en la enfermería, esta
última instalada para la ocasión, pase de todo.
En el Reino de Tailandia el tráfico de droga está
penado con la muerte. ¿O la vida por aquí no vale nada? ¿O a la Señora Ley
la encerraron en una caja de acero y la tiraron a alguna fosa del océano rodeada
por cadenas? Porque en este país los vendedores de sustancias
están por todas partes.
Entre sonido de la música se destaca el primer
estruendo, instantes más tarde fuegos artificiales llenan de color por un
momento el Reino Blanco de la Luna.
“Sin leyes todos somos reyes”
Un muchacho lleva cometas de esos que ganan altura
ayudado por la llama de una pequeña vela. Compro uno, lo hago volar y como se
acostumbra en estos casos pido un deseo.
Aquí no
falta nada y quien lo desea, por algunas monedas, logra que algún improvisado
artista pincele su cuerpo con pintura al flúor.
La música es poderosa y el sonido por si solo nos carga
de energía. Compartiendo tragos va
pasando la noche. Los locales son todos curiosos pero uno llamado Zoom destaca
sobre los demás. Este aparece con un par de edificaciones de madera, de dos
niveles, donde cada una contiene un recinto bar y varias hileras de cajas de
parlantes mirando hacia la playa. Mientras en el medio de las dos barracas se presenta
una cabina de disc jockey redonda
como un florero y por detrás del cilindro de color blanco, despunta un árbol
gigante iluminado con luces de colores que hace las veces de sus flores.
Esta es una playa de batalla y la mayoría está por la
labor de divertirse, pero hay que estar atento porque también están los que no
y estos últimos suelen ser peligrosos.
La noche se va, la marea se aleja y los cuerpos van quedando
tendidos en la arena. Las barcazas taxis evacuan a destino a los más tempraneros,
mientras los guerreros piensan permanecer hasta el final. ¿Hay final en una
fiesta de estas?
Sale el Sol y con el Astro Rey la claridad cambia el color
del escenario. Un ejército de contratados ya está limpiando la playa que va a
tardar varios días en recobrar su normalidad. Caras retorcidas y ojos desviados, marcan los excesos.
Continuando su faena el amarillo trepa potente sobre
el celeste del cielo mientras los zombis tendidos sobre la arena comienzan a
sufrir la fuerza de sus rayos. Pobrecitos, a duras penas, se van poniendo de
pie y, de igual manera, mueven el cuerpo con la intensión de llevarle hacia
alguna parte. Esta parte del show es un trozo
más del pastel de una fiesta maravillosa, donde no falta nada; abunda la gente
joven y guapa.
El humor es otro de los buenos condimentos; después de
ver pasar tantos de ellos de la mano de algún bebido, es fácil adivinar que más
de un borracho al despertar ha descubierto que aquella que bajo la luz de la
luna llena parecía una hermosa muchacha, no era una señorita, sino un señor
tailandés cargado de maquillaje y con peluca.
Hay que ver lo bien que se lo pasan los perros
escuchando música en medio de la gente.
Ya no estoy solo, cuando me sorprende el medio día
integro un grupo que planea ir a un Afther houers que nos han invitado.
Para hablar del afther estoy programando un nuevo viaje porque en el estado que llegué en esa oportunidad no fui capaz de retener los detalles. De todos modos sé que no
había mucha gente pero estaba bien y no faltaba de nada.
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