Tayikistán

En el mapa los puntos blancos marcan mi recorrido. El color verde indica el trayecto ideal que no fue permitido y el naranja muestra la continuación del viaje desde Dushanbe capital de Tajikistan hacia Afganistán.



Después de cruzar la frontera me detengo en la ciudad de Isfara, retiro papel de moneda local de un cajero y voy a caza de un transporte. En esta tarea siempre complicada hay que hacer que dinero actúe como en el casino la banca. Ellos son curiosos, preguntan y yo les hago saber lo que quiero. Así empieza el juego, después me muestro desinteresado y vamos a ver que sale de todo esto. Cuando logro descubrir el precio mínimo elijo el coche, toreo al chófer con esa cifra, él acepta y nos ponemos en marcha. Dejamos la ciudad por el Oeste y cogemos por el valle de Fergana, donde los minerales dibujan sobre las montañas marrones interminables franjas blancas y rojas. El panorama es precioso y el sembrado que se antepone a las cumbres parece ser su alfombra verde. La cordillera obliga al camino a dibujar una elipse prolongada; atrás queda el río Syr Darya y, con este, su hermoso valle.

Autobús de línea regular
Más adelante: «Si alguna vez hubo carretera, quien la robó que la devuelva.»
A la orilla de la línea que siguen los vehículos, es imposible llamarle camino, las gasolineras por la falta constante de electricidad no disponen de surtidores y despachan el combustible, que almacenan en contenedores de vidrio o de lata, con medidas dudosas. 


Gasolinera
En un sitio de estos mientras llenamos el depósito me  llama la atención ver que los conductores se detienen para cambiarse de ropa. Guardan lo que se quitan en bolsas de plástico y parece que lo remplazan por lo peor que tienen. Les observó y familiarizado con extravagancias de otros pueblos no me molestó en preguntar: ¿Por qué hacen eso? Tiempo al tiempo, más adelante llegará la respuesta pero antes de hacerlo, por culpa de una piedra filosa, hay que cambiar la cubierta y el único que arregla ruedas en este sitio es un haragán con dos ayudantes de corta edad que bajo sus indicaciones hacen el trabajo. Parece que los pobres chiquillos no van a terminar nunca y no me quedo para verles sufrir con esa rueda. Doy un largo paseo por este pueblo que, además de unas absurdas tuberías que transportan gas, no tiene nada y cuando regreso encuentro el coche pronto para seguir la marcha. Habíamos perdido mucho tiempo y el conductor hace un intento de recuperar pero era una empresa imposible porque posos y rocas no le permiten acelerar más su pobre taxi.

Hace tiempo que estamos subiendo y prácticamente han desaparecido los pastos del terreno cuando los últimos hilos de hierba me regalan una escena que sin duda una multinacional telefónica podía utilizar en una exitosa campaña publicitaria. Acabo de ver a   a un pastor hablando con su teléfono móvil. Un pastor, aquel que por milenios se destacó por ser un solitario ahora la tecnología le pone el mundo entero a portada de mano. Detrás de cualquier curva el viento aparece y desaparece echando carreras por sus propios caminos. La temperatura sigue bajando y las condiciones se ponen feas.

Nos detenemos, me acerco al borde de un precipicio y desde esta posición describo el panorama como un par de almas en medio de la nada y un camino que traza líneas, una sobre otra, en la silueta de las montañas. Ahora sí sé porque aquellos se cambiaban de ropa. Antes de continuar me coloco un pañuelo para evitar seguir tragando polvo.

Vendedores de carbón  y fruta que
con paciencia  esperan compradores
en el desierto

La que de ninguna manera se puede llamar carretera busca el cielo y las carcasas de los desafortunados vehículos despeñados invitan al viajero a tener prudencia. La llegada de nubes prepotentes ahuyenta al sol y el entorno adquiere un fondo gris que al paso algún todoterreno potente se transforma en marrón de polvo que nos envuelve y nos obliga a detenernos para esperar que se asiente. Dentro de este cuadro hostil aparece, frente a nosotros, una montaña de color negro. Un gigante de carbón mineral donde hay trazada una línea empinada que todavía seguía trepando, mientras el ángulo de inclinación se puede deducir por la lentitud con la que suben los transportes pesados. Allá arriba, a más de tres mil doscientos metros altura, está el paso.

¡Qué bonito!

En la cima los termómetros viajan por debajo de cero pero las malas condiciones son incapaces de restar emoción a este momento.

Comenzamos el descenso, pienso que lo peor ha pasado y mal que hago por pensarlo. Bajando en caracol nos encontramos con algunas cuadrillas que parece que están arreglando pero que van a reparar, si aquí no hay nada. Estoy seguro de que la gente del llamado Primer mundo, no sabe que algunos de sus semejantes están obligados a transitar por sitios en estas condiciones. “Creo incluso que un altísimo porcentaje, ni siquiera sabe que existiesen lugares inhóspitos de ese tipo.” Temo que llueva, las probabilidades son escasas porque en la zona reina el desierto pero si lo hace, entre los vidrios del vehículo que no levantan y todo el polvo que llevamos encima vamos a terminar convertido en jarrones de cerámica.

Mezquita

 Después de bajar algunos cientos de metros encontramos un hilo de deshielo que baja de la montaña, entonces, aprovechando las últimas luces nos detenemos para beber, lavarnos un poco la cara y con mayor atención los ojos. Sorpresas que nos depara el camino; cuando me acercó a la vertiente descubro que es el agua de una muy pequeña edificación de forma cuadrada fabricada con palos y lona que hace las veces de mezquita. Entonces, saludó a los señores musulmanes que están allí de culto, hago mis cosas y cuando termino continuamos camino. Otra vez subimos, poco informado pregunto… y creo entender que mi compañero responde que hay otro paso a más de 4000 metros. “Vaya locura”, pienso cuando llegamos al túnel de Anzob. (Pinchra sobre el enlace anterior para ver un muy buen corto  realizado por otro aventurero, a él muchas gracias)

Entrada al túnel de Anzob

La noche había bajado el telón y una luz iluminaba 
tan solo el ingreso. Entonces veo que ningún vehículo liviano intenta pasar directamente y todos se detienen en una explanada cerca de la entrada para envolver con cinta y plástico las partes eléctricas más delicadas para evitar que se mojen. ¡Sí! Porque el túnel además de estar a oscuras en algunos lugares se presenta alagado. Después de cubrir las partes con un batido de inconsciencia y audacia nos lanzamos al cruce. ¡Terrible!, además, de los problemas ya enumerados, el túnel es muy extenso, son momentos de tráfico intenso, no cuenta con ventilación mecánica y la acumulación de monóxido de carbono nos pone en jaque. Llegamos del otro lado muy mal; estamos mojados, con frío y no podemos detenernos porque estamos en medio de nada. Por fortuna donde el hombre resta, la Naturaleza y los astros suman. Hay buena luna y las cumbres se acomodan para que la Señora Blanca pueda iluminar el camino. De valle en valle, siguiendo el curso del agua, vamos bajando y cuando los relojes marcan media noche entramos en Dushambé.
Dushambé

Esta capital que se levanta a orillas de un río, tiene una avenida principal arbolada donde destacan algunos edificios históricos. Sus habitantes son majos y llama la atención los vestidos de colores que llevan las mujeres, aquí la mayoría son musulmanes. Esto que acabo de describir lo comencé a ver al día siguiente porque cuando el taxi me deja frente al hotel…  comienzan mis problemas. Las puertas están cerradas, golpeo y nadie me abre. Hay otros 2 hoteles. Muy enojado le pago lo que me pide al desgraciado de turno que me ofrece un servicio, me lleva y ambos casos tampoco me atienden.

Hace frío y como soy incapaz de pegar un ojo en un lugar donde no me fio ni un pelo, camino hasta una parada de autobús y me acomodo en el banco. Parece que llevo días aquí sentado cuando solo han pasado diez minutos. Entonces veo que pasa un viejo Jeep soviético de la policía, me vieron y regresan. ¡Mierda!
Son 3 y de forma descarada vienen para robarme. Sé cómo son por aquí y les recibo preocupado pero la vida es un juego permanente y este capítulo vamos a jugarlo. Me piden el pasaporte y se los entrego. En realidad el documento no les interesaba es solo un paso protocolar antes de pedir revisar el equipaje. Les dejo ver la mochila grande, son curiosos, tocan todo e incluso miran si les va bien el tamaño de mis prendas. Algunos minutos más tarde les caía la baba mientras me pedían que les entregue mi mochila más pequeña… Son 3 que meten mano a mis cosas y me tengo que empeñar al máximo para evitar que me roben algo. En ese momento encuentran un multiuso suizo y creo que me están acusando de llevar un arma. Les digo que es un elemento común que los viajeros utilizamos para comer una fruta, por citar un ejemplo. Pero lo que yo digo nos les interesa, se hacen los locos y piden dinero. Toda la comunicación era a grito pelado y con mímica porque estos malos policías no hablaban otro idioma que no sea el suyo. Querían revisarme, pero yo no cedía y les hacía entender que para hacerlo tenían que llevarme detenido y con cargos. Llevaba 500 euros y de ninguna manera estaba dispuesto a dejar que le echen mano a mis billetes. Llevo 25 años viajando y aunque lo intentaron en más de una oportunidad jamás nadie logro robarme nada delante de mis narices. Sabía que este viaje iba a ser complicado y a mi manera venía preparado. Gracias a una reciente operación de implante capilar tengo una cicatriz que cruza de un lado a otro mi cabeza, entonces, llevo el cabello rapado para que se vea. Las cosas se están complicando y como último recurso finjo un ataque de locura y cuando veo que logre desconcertarles me giro para que puedan ver mi cicatriz. Entonces, se asustan y me piden que me calme. Siguiendo mi actuación lo hago con cara de pocos amigos y tal como indicaba el guion ellos me preguntan qué me pasó. Con mímicas de teatro les explico que me serrucharon la cabeza, levantaron la tapa de los sesos, me repararon cosas y volvieron a cerrar. Nunca voy a olvidar esos rostros expresando preocupación y asombro cuando les hice entender que después de todo eso había quedado mal. A partir de ese instante los maleantes se olvidan de sus malas intenciones pero no de sus malas costumbres. Bajan el tono, de buena manera me hacen entender que tienen hambre y me piden algo de dinero para comprar comida.
“En un principio estaba perdido en las garras de esta manada de lobos y ahora tengo la situación bajo control. Será mejor que con algo de dinero compre su amistad”. Eso fue lo que pensé y les di 10 dólares. ¡Qué alegría cuando vieron el verde! Poco o mucho dentro de sus códigos habían sido capaces de sacarme dinero y eso significaba haber ganado la batalla. Entonces, intercambiaron algunas palabras entre ellos, después uno cogió el vehículo y desapareció para regresar un rato más tarde con una botella de agua y comida. A toda prisa montaron una mesa en el mismo banco y comimos. Con el estómago lleno comienzan a preocuparse por mi situación. Dicen que no estoy en condiciones para pasar la noche en la calle y cosas de esas… Yo, por mi parte intento que entiendan que el hotel está cerrado y después de varios intentos lo consigo, entonces, el jefe dice: ¿Cómo que está cerrado? ¡Vamos para allá! En estos momentos no estoy en condición de escoger y vamos rumbo al más caro de los tres. Efectivamente, estaba cerrado para mí pero no para ellos que entre todos patean la puerta y con sus pistolas en la mano mientras repiten lo que parece decir: “¡Abran la puerta!” ¡Policía!”. Minutos más tarde llega el recepcionista con cara de dormido y blanco por el estado de pánico. Tiembla y no puede colocar la llave, desde afuera lo reprenden de manera acalorada, razón que agravaba la situación. Por fin consigue abrir, después de muchas palabras en censo único parece que el oficial que está al mando le dice que necesito una habitación, entonces, con premura por salir de esa incómoda situación el empleado se pone en marcha. Pero yo aprovechado mi influencia y lo detengo, le muestro mi reloj al policía y le digo: “A esta hora no me vas a hacer pagar por esta noche”. Fue como haberlo dicho en ruso, aquel entendió y refiriéndose al empleado le dijo: “Va gratis”. Era una suite inmensa que contaba con sala de estar, un lugar para echar un baile, había cuadros preciosos e incluso una entera pared la ocupaba una biblioteca. Muerto de sueño, posé mi mochila y me sumergí en una cama inmensa. Lo primero que hago en la mañana es intentar cambiar de cuarto porque estoy seguro de que una noche allí cuesta una cifra. Buenas y malas sorpresas, me dicen que los extranjeros solo pueden ocupar habitaciones de este tipo, de todos modos, no pague la primera noche y, además, como había llegado recomendado por la policía me hicieron un descuento. Al final cansado de hoteles de mala muerte por 150 dólares pase 3 días en ese paraíso.

Visas para seguir adelante
Voy a la embajada de Afganistán me recibe el cónsul y me pregunta: “Para que quiere ir a mi país”. “Para ver cómo está la situación”, respondo. Y me contesta: “Pues pague una estampilla de 30 dólares y desde ya le doy la bienvenida”.
Pero cuando estas palabras me acercaban a un nuevo país la distancia todavía me mantenía muy lejos. Pregunto y me dicen que para ir hacia el Sur tengo que ir a un mercado desde donde salen los coches en esa dirección. Cojo un trolebús, llegó hasta allí y me informo con la intensión de ponerme en marcha al día siguiente. asfalto, solo hay una línea irregular por donde viajan los vehículos. No conozco el nombre del lugar hacia donde voy pero en realidad lo único que me preocupa es atravesar este desierto. Durante el trayecto subieron y bajaron otros viajeros mientras que a este edificio rodeado por algunos árboles llego como único pasajero. Bajo y pregunto: “¿Dónde está Afganistán?”. Entonces el conductor me señala una choza donde funciona un restaurante y me hace entender que coma y no me preocupe.Desde aquí salen los trenes que recorren distancias monstruosas por el todo el territorio de la antigua Unión Soviética, pero yo voy hacia el Sur y en esa dirección ni siquiera hay asfalto. Preocupado no estoy, despistado de aseguro. En esas condiciones me acercó a la muchacha que está a cargo, inútil hacerle preguntas, señalo un plato y me sirve. Una hora más tarde viene un soldado y me dice que le siga. Cruzamos un boquete en un muro y entramos a lo que parecía un puesto de frontera, pero las cosas no me cuadraban porque me faltaba el otro lado. Allí soy víctima de otro infructuoso intento de quedarse con mi dinero. Después de su fracaso, me sellan el pasaporte y me señalan el camino, detrás de un portón aparece una camioneta con gente que lleva horas allí dentro. Por suerte cuando subo llega el conductor y partimos rumbo al río. Desde la ribera vemos que más allá hay un puente pero está destruido. El curso de agua tiene más de 300 metros de ancho. “¿Y ahora…?”, no termino de hacerme esa pregunta cuando uno de los soldados que está de guardia coge su Kalashnikov y dispara una ráfaga al aire. Esa señal hace que del otro lado se ponga en marcha un barco viejo que viene a buscarnos. Sin duda es emocionante porque después del río asecha el peligro y en el afán de despistarlo voy a entrar en "Afganistán" por la puerta de servicio. Pinchar en el enlace para seguir adelante.

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