Taiwán


Viaje a Taiwán, atravesando el estrecho de Formosa.

Las pésimas relaciones entre Taiwán y China, pretendían encarecer mi viaje, entonces, apareció la oportunidad de ahorrar un dinero y lo tomo como un trabajo. Lo que viene es muy emocionante, por esa razón para escribir sobre los hechos prefiero dormir bien y mañana levantarme con la fresca para entrar de lleno en el empeño.

…Buenos días por así llamarlos, más allá de la ventana no pinta bueno, pero no importa porque aunque se esté por desplomar el cielo, yo estoy otra vez con esto que me gusta y voy para adelante. En alguna oportunidad dije que uno de los logros más importantes de mi vida, fue coger un tren. Ahora prepárense porque llega una aventura, con menor dificultad, pero no menos emocionante. Viajar es un trabajo; uno va siempre perseguido por los horarios, hay que buscar dónde comer y dormir; visitar sitios, coger fotografías y más empeños. Ahora les adelanto que en esta oportunidad es más que eso porque la faena debe redituar un dinero, la mayor cantidad dentro de las posibilidades. De no ser así será un fracaso y un duro golpe a mi orgullo. No cogí el avión porque costaba 260 euros. Me gusta viajar en medios de transporte público y en el país que tiene la red ferroviaria más larga del mundo voy a iniciar el viaje utilizando este servicio. En China hay cinco maneras de viajar en el medio: cama blanda, cama dura, asiento blando, duro y parado. Eran diecisiete horas y si cogía cama blanda, ¿Adónde iban a ir a parar mis ahorros, mi trabajo? Entonces cogí un boleto para un asiento duro, donde los vagones van repletos de gente y la dificultad más grande radica en encontrar un sitio donde clavar el equipaje. Personas humildes que me enriquecen con sus costumbres, gente honesta con un corazón enorme. Folclore puro, apretones, comidas y lucha por los espacios que no existen. El tren nos provee agua caliente, yo preparo mi café con leche y ellos sus infusiones. No nos entendemos pero eso no quita que seamos buenos compañeros. Durante mi estancia en Shanghai hice una escapada para visitar un pueblo pintoresco que llaman: “La Venecia de Oriente”, el lugar es precioso. Quienes me siguen ya lo conocen, de la entrada anterior, mientras que aquellos que todavía no lo conocen para verlo basta que pinchen sobre el enlace. 

Agua en los canales y agua, que ese día, caía del cielo. Llovía y yo que soy un animal hice la visita sin paraguas. Lo suyo hubiese sido suspender el paseo porque de poco servía el recién nombrado cuando el viento movía a placer la lluvia. Es primavera y yo me pregunto: ¿Dónde está la condenada? Estoy cogiendo mucho frío en China, durante este viaje consumí todos los pañuelos de papel y tuve que sacar de mi mochila la toalla. “Yo cuando quiero sé hacer el indio”. ¡Vaya personaje!, pensarán ustedes. ¡Por fin llegamos a Fuzhou! Vengo de Shanghai y tengo planeado recorrer una ruta de la que no estoy demasiado seguro porque el conflicto la mantuvo cerrada por años y ahora que se ha reabierto no me fue nada sencillo encontrar información al respecto. Paso a paso, y el siguiente es viajar desde la ciudad en la que me encuentro hacia el puerto de Maiwe. 

Ahora no es como antes que no había nada, utilizando los medios localicé en Internet una página donde un buen señor dedicó parte de su precioso tiempo para que otros resuelvan sus dificultades, después cogí nota y con estas fui de una amiga china que me las escribió en su idioma. Ahora acabo de salir de la estación, todavía no despuntó el alba y cuando voy a poner a prueba el escrito alguien se apresuró y apagó las luces de la calle. Está oscuro, entre coches y gente, veo a un policía y me acerco. Le saludo de forma militar, le muestro mi nota y le señalo el número del autobús, por fortuna tenía buena vista, cogió al vuelo mi pobreza y señaló en una dirección. Alegre voy, sin saber dónde, hasta que giro en una calle y lanzo un suspiro de calma al ver una terminal de autobuses urbanos.

Parece que voy bien pero quiero asegurarme, entonces, otra vez el papel y la pregunta. Me sorprende lo bien que he preparado mi trabajo, otro que lee y me indica. Agradezco; salgo lanzado en esa dirección y de libro, aquí está el autobús número 69. Llevo días en China pero todavía no he cogido este tipo de transporte, no sé cuánto cuesta y tampoco de que manera preguntar el precio del boleto, entonces, dejo que pasen algunos que pagan, observo y resuelto el problema. A propósito solía coger el bus en mi primera visita y era increíble. Los vehículos a la época eran mucho más pequeños y había muy pocos para tanta gente. Recuerdo que cuando se detenía el medio para subir valía todo, sin llegar a las ostias. Volviendo aquí y ahora, estoy en la fila. Los conductores del transporte público en China son muy duros, ¿será que es necesario? Como respuesta les puedo decir que en la mayoría su apariencia mete miedo aunque también saben ser amables. Después de subir lo encaro con mi papel y le pido, a modo mío, que me indique dónde bajar para cambiar de coche. El hombre dejó su lugar, detrás del volante, y me marcó una parada. Pero por ester escrito en chino un instante más tarde observo confundido porque no recuerdo cuál me había indicado. Con el autobús repleto y, yo, desorientado emprendemos el viaje. Veinte minutos más tarde comienzo a preguntar con mis herramientas y para mi amarga sorpresa, aquí y a esta hora, que van todos medios dormidos, no funcionan. 

Viajo con tiempo pero cuidado que puedo perder el barco, entonces, insisto hasta que una persona me presta atención. La suerte, que me avecina, de inmediato se aleja de mi lado porque este hombre es incapaz de indicarme lo que necesito. De todos modos, no desespero porque veo que mi ocasional colaborador está haciendo correr la voz. Hay buena gente en China; en tan solo unos instantes tenía a un grupo a disposición. Así fue que entre todos lograron interpretar mi camino y en el momento indicado le dan la voz al conductor que ahora me descarga en un sitio donde debo coger mi coincidencia.

En estos momentos creo que he pasado el punto más difícil del viaje, cuán equivocado estoy, de todos modos no hay tiempo para más análisis porque está llegando el autobús que en este preciso momento se detiene, entonces, me monto de un salto, pago y me felicito porque hasta aquí llegué sin fallos. 

Sí que estaba lejos aquello, una hora más tarde bajo como el último pasajero en un parque industrial, y más sorpresas, porque para llegar a la terminal todavía faltaba una distancia importante. El conductor que me llevó hasta allí desesperado me buscaba un taxi y yo, un duro sobrado de tiempo, le decía que no se preocupe. 

“Para adelante, siempre para adelante, porque para atrás solo en caso de que sea necesario coger impulso.”

La avenida era larga, ancha y estaba desértica, yo iba y pensaba: “¿Dónde estará esta mierda?” Fue entonces que apareció un señor conduciendo un taxi moto. No entendía nada y yo que ya me creía ganador había tirado el papel donde tenía las anotaciones que guiaban mi destino. “Taiwán”, digo yo. “Taiwán”, repite el hombre. Así varias veces. Parecíamos dos loros en el medio del camino. (Les recuerdo que estoy en China, pero intento que comprenda que quiero coger el barco que lleva a ese destino) De tanto repetir al chino se le enciende la lampara y yo que lo intuyo me monto en la moto. Si me faltaba algo de frío lo compré con el precio de la carrera, después de un puñado de minutos me descarga en este sitio desolado y para aumentar mi intriga por ningún lado aparece el agua, medio sin el cual no navegan los barcos. Tampoco hay escritos en los idiomas que entiendo. Por fortuna, hay un baño de lujo, todo el edificio se presenta en estas condiciones. 

Minutos más tarde, cojo asiento en un banco ubicado en la galería que precede el ingreso y no bajo la mochila de mi espalda por miedo a coger más frío, pero mi temperatura no mejora, entonces, aprovechando la soledad, saco la ropa que traigo y me pongo todo lo que tengo encima. Pero el cuerpo está destemplado, no logro calentarme y la situación se agrava por el clima húmedo. Pensando cosas llega un vehículo y con este la esperanza. Ahora les confieso que me estoy cansando del relato, a ver si mejora de lo contrario con dolor voy a abandonarlo. Les decía: “Llega un vehículo” y con este la esperanza, después aparecen otros coches importantes y también taxis. Mientras yo que iba a llegar a pie y lo hice en moto, siento con agrado que estoy por ser galardonado como el más desgraciado. Pocas veces se gana en esta vida; cuando ya creo que el triunfo es mío, aparece un pasajero en un triciclo de tracción humana y me levanta el premio. 

Estamos sobre la hora, la gente está impaciente, entonces, llega un autobús militar, desciende un nutrido grupo vestido de verde, se abren las puertas y comenzamos los trámites. ¡Qué susto! En el estado que viene mi cuerpo y hay que pasar delante de una cámara que mide la temperatura. Por suerte estoy resfriado y muy congestionado pero no tengo fiebre, de lo contrario estoy seguro de que por aquí te cogen, te llevan al hospital y solo sales curado o en su defecto muerto. Fuera ahora llueve y para cada pasajero hay un marinero que nos acompaña con un paraguas hasta el barco. ¡Qué detalle! 

Es una nave moderna de aproximadamente cuarenta pies de eslora. Cuando el pasaje se acomoda salimos por el río y aparece el esqueleto de un barco hundido que hace que me pregunte: “¿Por qué no lo sacan?”.

El paisaje es bonito y la nave patrona de las aguas. Pero cuidado que allí está el océano y con este tiempo vamos a ver qué pasa. 

¡Huy…! ¡Huy…! ¡Huy…! 

Los chinos son audaces, irresponsables les llamarían en Europa, las olas son tremendas, la barca las enfrenta y sube para caer instantes más tarde. Estas son escenas de una película intrépida, en ocasiones el vacío es tan grande que las hélices pierden el contacto con el agua. Sin tracción se pierde el dominio y la situación se hace peligrosa. Ahora nos piden que nos pongamos los salvavidas. Fácil sería regresar pero el capitán sigue adelante y el estómago a muchos les traiciona. Yo por mi parte traigo tantos males que el mío no encuentra espacio para dar fastidio. Exento de esa sensación horrible le cojo el gusto y disfruto del traqueteo, pero todo cansa y dos horas más tarde es un alivio ver la silueta de una de las islas del archipiélago de Matsu, territorio que pertenece a Taiwán, ubicado muy próximo a la costa China. 

Ya en tierra compruebo que no todos los taiwaneses hablan inglés, me reciben con amabilidad y ya me muevo por la terminal buscando desenvolverme. Tengo planeado coger el ferry por la tarde y llegar a la mañana siguiente a Taipéi, en la isla de Formosa. Pero en este momento me entero que debido al temporal el servicio de transbordador va a estar como mínimo tres días suspendido, mi negocio se está derrumbando y existe la posibilidad que después de tanto sacrificio el viaje me mantenga aislado en este sitio por un tiempo y cuando termine cueste más o lo mismo que haber cogido el vuelo directo con todas sus ventajas. Siguen las dificultades y mi bombardeo de preguntas en busca de soluciones hace que aparezca una señora en grado de comunicar, entonces, discutimos posibilidades, a continuación, me muestra donde hay un hotel y me acompaña hasta un cajero que no me larga billetes. Aquí no hay casas de cambio y sin dinero estoy perdido. Pero en un sitio pequeño se conocen todos, entonces, mi acompañante le pide a un señor que me cambie, él preguntó cuánto y yo que estoy jugado digo: “Lo suficiente como para llegar al aeropuerto”. “De eso nada –responde y agrega–, al aeropuerto le llevo yo”. Y lo hace, además, tiene el detalle de detenerse en una fábrica de licor orgullo de la isla. Aquí envejecen sus productos en grandes contenedores de cerámica que reposan por el periodo correspondiente, al fresco de la piedra en cantinas que originalmente fueron escavadas para servir de Bunkers en caso de guerra. Degustamos el destilado y él mismo se encarga de que me lleve una botella de recuerdo. Mientras yo que estoy muy congestionado y con la garganta a la miseria, en el intento de usar aquello de remedio me lo zampo al llegar al aeropuerto donde para mi sorpresa me encuentro a todos los que habían viajado conmigo en el barco, más dos centenares de desconocidos y los primeros tres vuelos suspendidos. Quedan dos servicios, sin confirmar, y lógicamente van a llegar más pasajeros mientras yo con conocimiento calculo que los aviones son pequeños y no hay sitio para todos. De todos modos, habiendo llegado hasta aquí no desespero. Por su parte la bebida me sentó bien, alegre llego al mostrador y demás está decir que los dos vuelos estaban completos. Entonces, me entero que hay una lista de espera y el único que me entiende me dice que me anote. Soy el número 15 pero de la hoja número 9, lo que significa que tengo unas trescientas personas delante esperando por un sitio. Yo estoy acostumbrado a situaciones extremas y las manejo por decantación. Después de anotarme voy a un cajero y saco dinero. ¡Qué emoción los billetes! Como un bocado, navego en Internet con mi portátil y cuando me canso de hacerlo doy algunas vueltas. Cada vez hay más gente y yo busco alternativas, repaso los horarios del aeropuerto, calculo que aquí cierran y con este frío no es para pasar la noche en la calle. Ocasiones como esta son incapaces de hacer que pierda la calma. El tiempo pasa y ahora en el mostrador dan tarjetas de embarque para el segundo y último vuelo. Por aquí los ánimos están caldeados y tiene que intervenir la policía para contener a muchos de los que quedaron en tierra. Los asientos son cómodos, la temperatura agradable y yo, sabiendo que es imposible, quiero pasar aquí la noche. Muchos se van pero yo no tengo dónde ir. El mostrador va ganando algo de calma y, entonces, con timidez me acerco. En este momento el único capaz de comunicar conmigo, deja instrucciones y marcha. Corren los minutos y permanezco aquí escuchando esta lengua, que no entiendo, alerta a ver si puedo pillar algo; nunca se sabe. El día se fue dentro de este aeropuerto, fuera hace rato que está oscuro, en la sala ya no queda nadie y frente al mostrador nos encontramos reunidas cinco almas, por fortuna entre los presentes ahora hay un muchacho capaz de traducir mis palabras. Lanzando manotazos de ahogado estoy pidiendo un sitio para viajar mañana, me dicen que todos los vuelos están completos y me ofrecen un pasaje para la semana siguiente. “Ustedes están locos —les digo y agrego—. Yo quiero irme en el primer vuelo de la mañana”. Ellos responden: “¡No importa cuándo! Hazte con un asiento porque el temporal detuvo el tráfico marítimo y si continúan estas condiciones conseguir un sitio va a resultar imposible”. Yo rehúso esta posibilidad y discuto, ahora somos cinco contra tres cruzando voces cuando de repente suena un teléfono. La empleada lo coge, se abre un silencio del que sale solo después de colgar el tubo con una noticia condicionada: “Debido a que tanta gente se ha quedado en tierra la compañía hace un esfuerzo y coloca un vuelo de refuerzo, pero el temporal no permite que el avión aterrice en este aeropuerto, entonces, lo hará en una isla vecina donde una montaña repara la pista del viento

Lógicamente este vuelo también está completo pero ante tantas dificultades a renglón seguido nos enteramos que desertan 3 pasajeros, desde otro sitio, mientras aquí quedamos, los empleados y 5 personas de las cuales 3 no viajan. ¡Aleluya! Tengo un sitio, de inmediato compro el pasaje y el que habla inglés me dice: “Este amigo mío viaja contigo es de aquí y conoce el sitio, ve detrás de él y no tendrás problemas”. El vuelo tenía horario y podíamos perderle, entonces, salimos a toda carrera, nos montamos en un taxi y cuando estamos listos para partir, otro, que en un principio no iba a viajar, decide hacerlo. Por fortuna, pagó su boleto en metálico y eso aceleró el trámite. Tres en un coche de alquiler dejamos el aeropuerto en dirección al puerto mientras pienso: “¿Qué extraño que coincidan los horarios con la salida de un barco?”. Y no coinciden, es que no vamos a coger un servicio regular, sino una embarcación veloz fletada para llevar a otros pasajeros y sabiendo de nuestra necesidad nos está esperando. Pequeña y potente, a pesar del temporal, sus motores logran trazar una línea recta que nos conduce a destino.

En el puerto vecino un pequeño autobús carga los 12 pasajeros de la lista y nosotros que no tenemos sitio vamos por un taxi. Hay dos vehículos de alquiler aparcados aquí mismo, pero la suerte hoy no es redonda, llueve y no están los conductores. El alcohol destrabó mi congestión y voy sangrando de tanto sonar mis narices. A todo esto unos marineros buscan, casa por casa, a los taxistas en el pequeño pueblo. Por fin aparece una mujer y cuando estamos pronto a partir llega un compañero y empiezan a discutir por el viaje. Los otros dos no dicen nada y a mí no me entienden pero con mi locura, que bien manejo y algunos gritos, pongo fin a la disputa y partimos. Después de un recorrido largo para nuestro apuro, devorando una importante sucesión de curvas llegamos a lo alto de una montaña, desde donde por el lado contrario al que veníamos, pegado al mar, se ven las luces de la pista. La terminal del aeropuerto es del tamaño de una casa, donde la torre de control que incluso cuenta con un jardín y la cucha del perro parece la vivienda del vecino. Corrimos contra el tiempo porque llegábamos con retraso y ahora que estamos aquí, y ha cesado la lluvia, nos sobra tiempo para dar un paseo por la villa porque el vuelo no pudo aterrizar y regresó a destino, donde espera preparado para, cuando se presente la oportunidad, hacer un nuevo intento. A las once de la noche aterriza, lo anuncian y yo, que soy muy malo para encestar, me siento pleno y lo intento. Gracias a mi resfriado llevo los bolsillos repletos de papel, entonces, descargo, hago una pelota y tiro. Las miradas de todos los presentes siguen el lance que vuela por encima de sus cabezas, cruza hileras de butacas y cae en el cesto: “Tiro de tres, señal de cambio de suerte”. 

Los primeros recogen paraguas de la compañía e intentan llegar secos hasta el aparato, pero después de que estos perdiesen la batalla contra el viento, los demás desistimos y nos exponemos al agua. Mojados como pollos pero estamos dentro y quien nos quita la emoción de lo bailado. Despegamos y vaya movimiento cuando atraviesa el aguacero. Es una nave pequeña condicionada a volar a menor altura.

Taipéi 
¡Vaya meneo! Cuarenta minutos de sudar frío, hasta que por fin llegamos y con mal tiempo pero sin lluvia nos reciben en el aeropuerto doméstico de Taipéi que está a pasos del centro. Lo demás es coser y cantar, sigo mis anotaciones y pasada la media noche me meto en la cama del hostal elegido. Estoy jodido, ahora dejen que duerma y cuando mejore les voy a hablar del lugar donde he llegado.


Fuera llueve, y yo si me lo propongo con mi ordenador siempre tengo para hacer algo. Cuando mejore el tiempo, sin quitar valor a los museos, en esta oportunidad, voy a pasar de este tipo de sitios. Es que cuando la vida se transforma en un parque temático, a nivel material pocas cosas nos conmueven, antes los visitaba y en alguna oportunidad les hablaré de los más importantes. Ahora viajo para ver cómo vive la gente, sigo el arte culinario de cada pueblo y disfruto con las curiosidades que aparecen en el camino. Aquí, como en cada lugar, también encontré una buena casa de comidas. Estoy en un sitio nuevo y es un gran motivo para iluminar mi alma. Vine con un plan para visitar los puntos de la ciudad que más interesan y todos los días al pasar la observo y pido que llegue buen clima porque mi tiempo  en la isla termina. Hoy es miércoles, ya pasé dos veces por la farmacia y mi salud no mejora, entonces aprovecho esta pausa para calcular cuánto gané con mi trabajo. “De haber cogido el avión en Shanghai tendría que haber triangulado mi camino porque no me hubiesen dejado embarcar sin visa o pasaje de salida hacia mi siguiente destino. El triángulo costaba 500 euros pero a mi manera, disfrutando y sufriendo gasté el 50%. que en otros tiempos no sería nada pero hoy, para mi pobre bolsillo, es mucho dinero. La rebeldía, el que las cosas sean como yo las planteo y no como me las imponen, me carga. Al día siguiente tenía que irme, el sol no salió pero el cielo se despejó hasta buena altura. Oportunidad que aproveché para visitar la “Taipei 101”, la torre que hasta hace poco fuera la más alta del mundo, un edificio de más de medio Kilómetro que incluso posee un sistema de amortiguar único. Aquí la ingeniería buscó superarse a sí misma y también dotó al gigante con un pesado péndulo, que trabaja en el interior cerca de la cima para contrarrestar la fuerza del viento.

                   
Vista de Taipei 101 desde muy lejos
Amortiguadores del edificio
A los pies de la torre
Pendulo para contrarestar la fuerza del viento
Vista de la ciudad
Iteriores de lujo


Así fue mi paso fugaz por Taiwán, el país es pequeño, su gente es agradable, las muchachas hermosas y yo con lo que vi estoy hecho.

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