Japón


Corrían los años noventa cuando en el camino de mi primera vuelta al mundo encontré este gigante asiático. En aquella época su moneda estaba en los niveles históricos más altos y mi billetera sufrió las consecuencias durante los 10 días que duró mi estancia. Recuerdo que para salir del aeropuerto de Narita cogí un autobús que costaba muy poco y, entonces, pensé que todos aquellos que me habían dicho que Japón era muy caro estaban equivocados. No lo estaban costaba y muy poco debido a que no me alcancé a sentar cuando habíamos llegado; el recorrido terminó en la estación del tren a tan solo un puñado de metros más adelante. Después el boleto para llegar a Tokio que costaba una cifra me dio un baño de inmersión de realidad. 

Luchadores de Zumo deporte del país

Años más tarde las autoridades económicas japonesas llevaron y mantuvieron  el Yen bajo para no perder peso de exportación en los mercados internacionales y pasear por aquel país fue un poco más accesible. Hoy a poco de la catástrofe que causó el tsunami, por temor a que el país tenga que vender parte de sus reservas para hacer frente a la reconstrucción su moneda ha vuelto a subir con fuerza. Esa última razón sumada al escape radioactivo hizo que en setiembre del año 2011 cancele mi tercera visita. 


En el sitio que ayer ocupaba Castillo de Edo hoy vamos a encontrar el Palacio Imperial. Ahora mientras escribo este relato mis recuerdos escapan hacia las escenas del capítulo 4 de un libro mío: “El Último Inmortal”, donde el primer personaje llega al Puerto de Yokohama un 17 de diciembre de 1876, cuando Tokio se llamaba Edo y cuando desde cualquier rincón de una ciudad de casas de madera en un día claro se veía el monte Fuji. 

A continuación aparecen imágenes del monte Fuji, extraidas de la enciclopedia online gratuita Wikipedia, con la que todos debemos colaborar para que ella pueda seguir adelante.



En el país del “Sol Naciente”, me llamó la atención el desarrollo y el empleo de la tecnología y la frecuencia con la que llegaban los trenes de metros. 
Sentí su gente muy distante y me hospedé en un sitio tradicional construido en madera, con pisos lustrosos y puertas corredizas que me tenía atrapado dentro de una película. 
Pero en el mismo sitio, también, encontré inconvenientes. A una cierta hora pasaban revisando a los huéspedes para ver si llevaban puestos el kimono que nos daban para ir a la cama, realmente, muy poca gente me entendía y no logré captar el porqué de aquel mecanismo. Lo que sí entendí y no me gustó nada fueron los baños.
funcionaban de manera comunitaria en un salón que alojaba una pequeña piscina que descarté de inmediato porque para mi gusto era demasiado pequeña para contener tantos hombres desnudos juntos. A excepción de unas miniaturas de taburetes para sentarse y los grifos muy cerca del suelo no había nada. Viendo a otros descubrí que había que sentarse, enjabonarse y después en unos recipientes, que nos daban al entrar, cargar agua y mezclarla a gusto antes de echárnosla por encima. Horrible; arrastrados por el suelo para coger un baño cuando lo más simple y bonito es una buena lluvia de agua. 

A diferencia de otros países aquí no logré ser uno más de ellos. De todas maneras tuve la oportunidad de apreciar el gran respeto que los nipones profesan a sus semejantes y su forma de estar. Son ordenados, sumamente prolijos y el solo hecho de coger un objeto tiene un empeño especial. La dedicación que ponen en cada cosa simple es admirable y tomar la comida es un verdadero ritual donde todo tiene un lugar reservado, los cóncavos que contienen el arroz, los pequeños platos que por lo general cargan un trozo de pescado, los palillos para comer y las porcelanas donde los adultos beben sake. Servir el té para los japoneses es protocolar y buscan la perfección en cada movimiento como si fuese que el espíritu guía en una danza al cuerpo. 


Sushi

Todo muy bonito pero yo comía fatal porque nadie me entendía y estaba obligado a ordenar con el índice sobre una hoja del menú como quien juega a la lotería. Recuerdo que en una oportunidad me trajeron un pescado hermoso y cuando iba a empezar a comer se acercó el camarero y echó una cucharada de azúcar, en mi plato, que me jodió la comida. El sushi hoy me encanta pero en aquellos tiempos no lo conocía y realmente no me animaba. ¡Qué tonto! Siguiendo con la comida al cuarto día descubrí una zona de restaurantes chinos y tema solucionado. Otra curiosidad visitando el mercado de pescado más grande del mundo, el de Tokio es realmente impresionante, compré un paquete de salmón y cuando lejos de allí fui a comprar lo que faltaba para hacer un bocadillo me encontré que el pan en un pequeño comercio costaba más caro que el ahumado en el mercado. 


Gente vestida con quimono entrando
a los famosos almacenes

En esta ensalada de comentarios agrego que es muy interesante visitar sus templos, los mercados, ver aquí y allá jardines zen y es muy curioso encontrar gente vestida con quimonos, muy elegantes por cierto, entre rascacielos modernos. 



En el momento que el sol se iba subí a la Torre de Tokio, la estructura de metal más alta del mundo (13 metros por encima de la Torre Eiffel) y realmente fue emocionante ver como ese mundo de cemento formado por la unión de las ciudades de Tokio y Yokohama comenzaba a poblarse de luces que yo recuerdo como el despuntar de las flores que dan vida a un hermoso jardín. 
Tokio Tower

Había casas de juegos muy ruidosas donde las máquinas tragaban y pagaban bolitas de acero, entonces, los que ganaban cuando se retiraba entregaba su carga que venía pesada y compensada con mercaderías variadas, porque en Japón la ley prohíbe las apuestas con dinero. 
La prostitución estaba a la orden del día y recuerdo incluso a señoras ancianas repartiendo publicidad de las muchachas camuflada dentro de un pequeño paquetito donde, también, llegaba un regalo. 

De noche, además de las discotecas frecuentadas por los más jóvenes, había un mundo de karaokes, bares para emborracharse y puestos callejeros que vendían regalos. Apropósito de estos chiringuitos iluminados por generadores propios y repartidos por toda la ciudad, cuando le pregunté a un comerciante occidental: “¿Por qué se ponía a vender esos artículos a la madrugada? Me respondió que muchos hombres que salieron de casa esta mañana para ir al trabajo y todavía no han regresado para compensar sus diabluras suelen llegar a su hogar con obsequios para la familia. 

Para mi segunda visita a este país, camino a Los Ángeles en mi tercera vuelta al mundo, conseguí un stop over que me permitió un viaje relámpago a Hiroshima. Llegué allí después de 12 horas en autobús desde Tokio y por razones de horario regresé en tren que es más rápido pero la diferencia de precio es notable. Hoy con las compañías aéreas Low cost es mucho más conveniente hacer esta conexión en avión. 

Sobre el inicio del siguiente corto que muestra unos minutos de los momentos más repugnantes de la raza humana hay un sonido molesto para llamar la atención, para evitarlo pueden quitar el volumen por unos instantes o directamente no clicar sobre la flecha y pasar de ver la repruducción.



Les recuerdo que esto mismo sucedió en Nagasakii, la ciudad que aparece en la siguiente imagen.


En el mapa los puntos 1 y 2 marcan los sitios donde cayeron las bombas atómicas 


Hiroshima hoy gracias a la fuerza de su pueblo que se levantó de las cenizas es una ciudad pujante y moderna que de todas maneras llevará para siempre clavada la espada del Caballero Negro que representa la crueldad de la raza humana. Es increíble que alguno de nosotros sea capaz de hacer tanto daño al prójimo. 


 Cúpula Genbaku, único edificio que queda en pie
 de la ciudad que sucumbió a en la  catástrofe
Después de visitar el Parque de La Paz de Hiroshima en el mismo sitio donde el 6 de agosto de 1945 cayó la bomba y sentir, por lo que sucedió, la misma rabia que más adelante iba a sentir cuando visité en el bando contrario Perl Harbor, mi tiempo en Japón estaba prácticamente agotado. Entonces dormí en la ciudad y en la mañana siguiente cogí un tren que me llevó hasta el enlace con el transbordador en el que llegué a la Isla de 
Miyajima para visitar el Santuario de Itsukushima, declarado Patrimonio de la humanidad en 1996.


Puerta del santuario


Además, de ver el O-torii o portal del Santuario, la impresionante pagoda, los ciervos mensajeros de los dioses que son sagrados, algunos monos y recorrer el templo que se levanta sobre el agua, en el sitio encontré una energía que está allí y se siente pero no sé cómo describirla porque después de conversar el tema con otros que estaban de visita descubrí que es algo que cada persona lo interpreta a su manera. 



Siempre voy hacia el mismo lado porque después de cada giro completo al mundo el tiempo paga mi esfuerzo que un regalo que se llama 24 horas: “Recuerdan a Julio Verne en su libro: La vuelta al mundo en 80 días”. 

Ahora marcho de Japón con un: ¡Hasta luego! Porque en un viaje entre Asia y América una parada aquí siempre es exquisita a pesar de que entre los nipones y yo nunca dejó de existir una barrera que nos separa. Y a ustedes que gracias a todos los mensajes de apoyo que me llegan siento que en estos viajes vamos de la mano, como despedida les dejo una última imagen de la capital iluminada.



¡SEAN FELICES!



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