Tíbet

Chengdu-Lhasa, viaje al Tíbet

Tres mil cuatrocientos kilómetros más en tren y con estos voy a pasar los nueve mil, en dos meses, recorriendo las tierras de los dragones. Las cifras meten miedo, esta vez van a ser cuarenta y cuatro horas, suban conmigo, que voy a intentar hacerles vivir la experiencia en un puñado de líneas.

El tren y sus números

La obra es un desafío al terreno mismo, es la firma discreta del hombre en el cuadro de la naturaleza, que atraviesa más de quinientos kilómetros de hielos perpetuos y alcanza los cinco mil setenta y dos metros de altura sobre el nivel del mar. Debido a la dificultad del recorrido cada pasajero cuenta con su propia toma de oxígeno, el resto es como las demás líneas de ferrocarril en China, con un ejército de trabajadores que se encargan del buen funcionamiento y la atención del pasajero. Un evidente exceso de personal que para hacerle rentable desarrolla, de manera oficial, el mercadeo de todo tipo de artículos, desde los de 
primera necesidad a las grandes novedades.

Patas de gallina
La gente es agradable y nadie me entiende pero no me preocupa porque de todos modos a gusto compartimos los espacios. Algunos duermen, las mujeres tejen y los hombres rompen la paz en acalorados juegos de dados o cartas. La mayoría no hace turismo y observa más el reloj que el paisaje. Viajan cargados de comida y a nadie en su menú le faltan las patas de pollo, me refiero a las que llevan dedos y uñas. Por la pieza se vuelven locos y no me cabe duda que es el trozo del animal preferido por la mayoría.
En el sur ya era primavera y me había escapado del invierno pero cuando empezaba a disfrutar de las flores y las hojas, ganamos altura y apareció el desierto. El Tíbet en época de deshielo son colores, montañas de acuarela, que poco a poco van echando su blanco al río, aquel que con sus aguas enriquece el valle donde a nuestro paso vemos pastar el ganado. El yak, es el animal símbolo de estas alturas y junto a las ovejas, los caballos y las cabras, salpica con gracia el desolado, pero también lo hace el planear de los rapaces en busca de comida, el correr de los antílopes y las fugaces apariciones de zorros. Con la vista pegada al vidrio seguro que, todos y cada uno de los nombrados, les veremos en el camino. Es tan inmenso el yermo que la Policía que recorre el territorio en moto, lleva su carpa y la planta donde le sorprende la noche. Ahora pasamos junto al pequeño plástico que protege a un alma en el momento que despunta el alba… el día avanza, la luna sigue cómoda allá arriba y su blanco se rehúsa a abandonar el cielo, incluso a media mañana nos hace un guiño. Un aire frío viaja sobre el río helado donde la primavera abrió un hueco que aprovecha un grupo de lavanderas para hacer su primera gran colada después del invierno. 

Un viaje muy duro
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Tan poco y cuán es bello, la experiencia merece el esfuerzo pero no ser repetida. No sabía cómo iba a salir de aquí y ya lo tengo decidido, voy a coger un vuelo. Estamos llegando y en lo personal estoy satisfecho y contento por mi forma física, muchos necesitaron oxígeno y casi todos dejarán el tren con, poco o mucho, dolor de cabeza, mientras yo estoy fresco y listo para seguir la aventura. Pero no todas las carreras se corren con el mismo calzado, recuerdo un viaje en tren, en Bolivia, a más de tres mil metros de altura. En aquel pobre no había oxígeno y ahuyentaban los males con infusión de hojas de coca. Volviendo a la experiencia tibetana;cuando bajas del convoy te invade la sensación de haber ganado una batalla, atrás quedó olvidado el esfuerzo y caminamos con gracia impulsados por la energía producto del triunfo. 

Permiso del Gobierno
Para venir al Tíbet hay que obtener uno o más permisos del Gobierno chino, depende de la zona que se quiera visitar. Esta situación la aprovechan unos cuantos acreditados para ejercer el control sobre el turista durante su estancia en la región, flecos de un barrilete de nombre comunismo. Tienen sus propias técnicas, donde ellos se muestran como santos y el papel de diablo se lo cargan a quien impone las reglas. Cuanto más tiempo estés a merced de una agencia menor será tu libertad y mayor el gasto. Discutí mucho con quienes contraté el tour, que incluía boleto de tren y permiso. En Chengdu en particular cuando uno es extranjero y se presenta en la ventanilla para coger un boleto a Lhasa, nunca hay sitio, después un aroma que se respira en el ambiente conduce tus pasos hacia un mercado negro. Ahora todo eso ya pasó y vamos camino a la salida, donde nos detiene un control policial y nos pide el pasaporte y el “Tíbet Permit” (Permiso para visitar el Tíbet) Quien viene de visita, sin maldad, es bien recibido, pues así lo hicieron. Ya fuera me encuentro con uno enviado  por la agencia a recogerme. Y así como en la Polinesia, te reciben con el bonito gesto de colgarte del cuello una guirnalda de flores, en Tíbet lo hacen con un fular blanco, delicado al tacto, no sabría identificar la tela. El tibetano me entrega una de estas e inmediatamente después del saludo me pide el permiso en el afán de retenerlo. Ya estaba allí y me daba lo mismo lo que digan o hagan porque yo iba hacer lo que me viniese en ganas. entonces, me hice el loco y no le entregué el dichoso permiso. Lógicamente no entiendo su idioma, pero apostaría el meñique que uno que estaba con aquél le dijo algo así como: “Con este no coló”. Cuando llegamos al hotel estaba quien iba a ejercer de guía. Ya sabían que yo era difícil y me enviaron uno para clientes con esta modalidad. De forma arrogante me pidió el permiso e inmediatamente lo coloqué en su sitio, yo soy muy impulsivo. Aquél por su parte ¿Simuló o realmente hizo una llamada? ¿Quién sabe? A continuación, dijo que podía tenerme el documento y me recomendó que no coja fotografías de ninguna dependencia del ejército; acepté y marchó. Había pagado por el servicio, así que al día siguiente nos encontramos en una calle y el hombre desempeñó su trabajo de guía turístico. Estaba a mi disposición dos días pero a mí me bastaron con dos horas de su compañía, era un duro, pero correcto y al final nos tuvimos respeto. Después de aquel mal arranque le sorprendí cuando firmé la planilla de conformidad y en la casilla dedicada a la valoración de su trabajo puse “Excelente”. En compañía de este tibetano visité el Palacio de Potala (les recomiendo seguir el enlace de China ABC) y el Monasterio de Jokhang, ambos forman parte de Patrimonio de la Humanidad, el primero es una maravilla arquitectónica, majestuosa e imponente, en cuyos pisos superiores de color rojo, el resto es blanco, contiene lo referente a todos los líderes espirituales del Budismo Tibetano, son catorce hasta la actualidad. Llamados Dalai Lama del mongol océano y del tibetano maestro. Allí están las que fueron sus residencias, hay tumbas monumentales, e incluso algunas de sus pertenencias, escritos y sabidurías.

Vista de la zona
 moderna de Lhasa
Las dos caras de Lhasa para la moderna que llega gracia al impulso chino basta una foto. A pesar de que la ciudad es un lugar de peregrinación, y como tal emocionante, sus habitantes no están demasiado familiarizados con la visita de extranjeros, ante los que se muestran curiosos y simpáticos. Yo veo a la gente girar y una señora, que dice haber aprendido inglés en la India, se avecina, se presenta y me explica que los peregrinos giran en tres circuitos concéntricos alrededor del Templo de Jokhang, el lugar de culto más sagrado del Budismo Tibetano. Madera, piedra, metal y tela, dan forma y decoran de manera sublime una construcción milenaria, entrar allí significa salir premiado con un hermoso recuerdo que encierra, la devoción, el sacrificio, la bondad y la humildad del hombre. Dentro los visitantes agregan mantequilla de yak a candiles perpetuos y hacen ofrenda de fulares y dinero, hay océanos de papel moneda pequeño e islas de los medianos, además, en cada rincón hay un sitio y en este una razón válida para dejar un billete. En el exterior hay muchas personas recitando oraciones y se echan al piso por toda su extensión, luego se levantan dan tres pasos y vuelven hacerlo, algunos repiten el movimiento infinidad de veces en el mismo sitio mientras otros lo practican  haciendo camino. Me dice está amable tibetana que algunos incluso recorren miles de kilómetros y demoran algunos años. Yo desde el tren vi, y alcancé a fotografiar a dos hombres a los que todavía le faltaban algunos cientos de kilómetros para llegar a destino; con el amanecer vi también peregrinos todavía durmiendo al costado de la carretera. “¡Dios!”, me dije a mí mismo con mucha pena. El paisaje estaba helado y esa gente sin carpa allí en el suelo.
Volviendo a Lhasa la atmosfera que crean sus templos y la gente que gira alrededor de estos es impresionante, verlo y palparlo reconforta el alma.
Peregrinos en visita a Jokhang 


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Recorrido por el Palacio Potala
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En la parte antigua de la ciudad disfruté de sus casas de té, me deleitaron sus restaurantes y como por allí hay buena vida nocturna también pasé por el baile.
Hay sitios que tienen una infinidad de cualidades para atraer visitantes, pero en algunos casos el clima en determinada época del año y la misma Naturaleza desgasta. El viaje a China consumió gran parte de mi energía y debo buscar un lugar donde recargarme. ¿Qué les parece Bali, isla indonesia? Hacia allá voy y en otra oportunidad hablaremos de ese sitio. 
Ahora dejen que agregue una experiencia, total si les aburro me dejan.


Camino al aeropuerto
"La terminal aérea de Lhasa está situada a más de cuarenta kilómetros de la ciudad; después de esa distancia la carretera entra en un túnel y sale en un valle paralelo donde está el aeropuerto. Detrás quedaron las formalidades, detección de explosivo incluido; en China las medidas de seguridad son muy importantes. Hay cosas cómicas, este pasaje lo compré por teléfono y quien me tradujo sabía poco inglés, menos mal que casi todo era cuestión de números, hora y fecha, que yo le mostraba  escrito en mi cuaderno. El muchacho, que trabajaba para el hotel donde me alojé, también se encargó de ir a retirar mi boleto. Cuando me lo entregó noté que estaba todo escrito en chino y por si le faltaba emoción al misterio ahora todos los mostradores embarcan indiferentemente cualquier vuelo y aerolínea. No iba a preguntar, ¿por qué compañía vuelo? Así que cogí mi carta de embarque y esperé la llegada del avión para leer el nombre: “Sichuan Airline”. Embarcamos, el aparato es llevado a posición, después el piloto lo dirige hasta donde terminaba la planchada de cemento y allí gira hasta que la nariz del  “Airbus 300” vuelve a tener toda la pista por delante. Despegamos en un valle a más de cuatro mil metros sobre el nivel del mar, entre montañas que superan los cinco mil metros. En estas condiciones el aparato está obligado a ganar altura entre las marrones de puntas blancas que se ven muy cerca de las alas. El corredor natural nos protege, sobrepasado este, se presentan los vientos. Creo que para los pilotos es emocionante. La nave lucha, se mueve y no sin batalla cambia de rumbo. La cordillera es extensa y alta, por esas razones el avión vuela más cerca del suelo que de costumbre por largo tiempo; la sensación es extraña y el paisaje es bello."

Ahora sin animo de hacer política, porque soy muy amigo de los chinos y quiero mucho a los tibetanos, les pido a los lideres de ambos grupos que limen sus diferencia y continúen juntos o separados, como más les convenga, pero en paz. Y, por favor, hacedlo ya porque cosas como esta no deben volver a pasar.
Siento mucho haber terminado una presentación tan bonita de una manera tan triste, pero si este muchacho se inmoló, es necesario difundirlo para que su decisión extrema sirva para meter presión a los que tienen el poder de solucionar el problema

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