Bora Bora

Es un atolón muy pequeño —menos de 30 kilómetros— de la Polinesia Francesa ubicado a media hora de vuelo de Tahití.  Este paraíso fue formado por un volcán —hoy extinto— que consiguió emerger del mar hasta alcanzar los 727 metros del monte Otemanu. 

La isla está rodeada de motus —pequeños islotes alargados que suelen tener cierta anchura y vegetación—. Desde Bora Bora se pueden observar las islas de TahaaRaiatea y Maupiti y la cercanía invita a un paseo que en la mayoría de los casos depende del tiempo a disposición del viajero.  Bora Bora es el sitio para una maravillosa luna de miel.


El aeropuerto, dista a 30 minutos de Vaitape —la ciudad más grande— y los hoteles más importantes están ubicados sobre motus, por esa razón las lanchas que conectan con la isla principal vienen y van.  Bora Bora está rodeada por un arrecife de coral; habitad de una excepcional flora y fauna submarina. 
El color que representa el agua es el azul, pero en esta cuna de dioses dependiendo de la profundidad, de la laguna o el mar, sus tonos varían desde celeste delicado al azul intenso pasando por toda la gama de turquesa y por momentos invadiendo el territorio del verde. 
Alojarse en un búngalo sobre el agua es el sueño de todos; pero quien no desea gastar tanto dinero en el pueblo hay sitios más económicos. De todas maneras, por aquí una habitación no cuesta menos de 200 dólares. Los que solo quieren verlo para poder decir estuve allí, pueden buscar una combinación aérea que les haga llegar en la mañana y marchar por la noche. Sin profundizar en los detalles, para conocer, el tiempo es suficiente pero para disfrutar no alcanza.

En las casas de comida sirven excelente pescado y marisco. El plato principal es la langosta, la sopa de pahua y los brochettes agridulces de mahi mahi, mientras que el plato típico es la tamaaraa y consiste en envolver  carne de pescado en hojas de plátano y luego cocinarla sobre piedras calientes como muestra la imagen de la izquierda.



Viajar en un barco con fondo de vidrio es una buena alternativa a hacer buceo submarino. Navegar en canoa por la laguna es otra posibilidad para observar los peces y el fondo.

En la Polinesia siempre que el tiempo acompañe —cuidado con la época de pequeños tifones entre enero y marzo— el mar propone y el hombre dispone. Hay dos excursiones muy interesantes donde el visitante puede ir a ver a los nativos alimentando tiburones o algo más tierno como nadar entre delfines. En tierra firme los pueblos con sus mercadillos y su gente son entretenidos y en el aire los más exigentes pueden girar en helicóptero sobre este edén del Pacífico. 

Ahora me despido al ritmo de danza polinesia. ¡Hasta la próxima!

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