Unión de Myanmar / Birmania

Para no correr el riesgo de quedar atrapado en un monótono mecanismo de relato mi visita a este país, sin salir de la realidad y mucho menos faltar a la verdad, la voy a describir de una manera distinta.


Año 2009 Rangong – Tailandia, frontera con la Unión de Myanmar, antigua Birmania. 8 a.m., de un día de juio. En la entrada de un pequeño puerto sobre un brazo de río hay una estación de gasolina rodeada por una explanada que hace las veces de aparcamiento. Dentro del mismo perímetro algunos puestos de comida y una cafetería, donde también hacen fotocopias, proveen al viajero de todo lo necesario. La frontera presenta una considerable actividad porque un número importante de extranjeros llega hasta aquí para cruzar al país vecino. En Myanmar la gran mayoría solo se retiene el tiempo que demora el trámite, luego reentran en Tailandia y, de esa manera, renuevan su visado por un nuevo periodo. Hoy una fuerte lluvia mantiene el sitio desierto y con el aguacero, de aquí para allá, por culpa del viento las barcazas de cruce permanecen amarradas a puerto. Entonces, de momento contraté el servicio y cuándo voy a iniciar la travesía lo decidirá la meteorología. De momento observo desde una posición detrás de la cortina de lluvia y 
Rayas
para dejar de exponerme, como en un artículo de escaparate, voy a dar una vuelta por el mercado que se encuentra a unos pocos pasos del muelle. Ya en el lugar paso inadvertido porque el comercio tiene atrapado a compradores y vendedores. Cestos de langostinos y piezas de distinto tipo, mientras que en suelo destacan unos peces raya, cada uno, con más de cien kilos. 

Nada dura para siempre, el agua se terminó en el cielo, llegó el momento y ya veo al barquero que viene a buscarme.
Una manera curiosa de trabajar el hielo
Después de los trámites de rutina, otra barca en otras aguas, en este caso las del río Kra Buri. Mientras vamos en busca del canal principal el paisaje nos muestra un sin número de casas precarias abriéndose paso entre el verde de la selva no muy lejos del agua. Un poco más adelante giramos para coger otro afluente por donde las habitaciones van quedando atrás y con ellas el Reino de Tailandia. Las aguas nos muestran el canal del río donde está el camino pero la Naturaleza que es sabia en ocasiones se muestra caprichosa y para poder seguir es necesario rodear un banco de arena. Es más que eso, la fantasía del hombre allí levantó un templo y un Buda dorado de grandes dimensiones custodia el paso. 
La salida de Tailandia
Los sitios fronterizos están llenos de oportunidades y por esa razón todos los espacios vienen aprovechados. En ese pequeño trozo de tierra, rodeada de agua, funciona una antigua pero efectiva máquina de fabricar dinero; o lo que es lo mismo un puesto de control de frontera. Algunos oficiales, a golpe de silbato, obligan a las embarcaciones a detenerse para ser controladas. El negocio está montado con los locales y cuando ven que soy gringo nos dicen que sigamos camino. 


La Isla del Buda en la entrada del canal
Myanmar comparte el sur de la península de Indochina con otros pueblos. El agua y la selva van de la mano mientras que el mar que acompaña al país en gran parte de su extensión se ve salpicado por miles de islas. Tierra adentro se forman importantes vías fluviales y las lluvias que bajan del cielo bañan el verde policromo de la selva. Dicen por aquí que solo tienen dos estaciones: una de calor que dura poco y una segunda más extensa de lluvias, precisamente, esta última reina en este momento. Llevo un Omega de doce puntos y cuando la aguja grande recorre tan solo cuatro de estos estoy listo para desembarcar del otro lado donde me llama la atención un cartel dorado con letras rojas donde se lee: 

“Bienvenido a la Unión de Myanmar” 

Esta frase sin duda es discutible. 

Es tan solo otro país, no es otro mundo y su frontera es un sitio más donde la jaula del comunismo tiene atrapada sus fieras con la pequeña diferencia de que aquí es como que logran sacar la cabeza para disfrutar de un poco de aire libre. 

Después de intentar en vano obtener un visado que me permita visitar algo más que tan solo este bumerán de casas delimitado por el mar y la selva, salgo de la oficina de inmigración sin frustraciones porque Lo único que no tiene solución es la muerte. Ya fuera me detengo, echo un vistazo a mí alrededor y qué caras. 
Cigarro como los que exhiben los maleantes

El panorama es una mezcla de al menos dos películas, una del “Oeste” donde los tipos duros están apoyados haciendo poses cada uno en un sitio predeterminado. Y la otra de “Terroristas”, donde los que se exhiben en el papel de listos mantienen su mirada oculta detrás de gafas oscuras y lucen mal humorados pitando grandes cigarros hechos con hojas de pobre tabaco. Un pequeño entretenimiento dentro de un gran juego; para quien escribe desafiar situaciones y tocar lo imposible es un gozo. Miro hacia un lado y hacia el otro, como queriendo fingir estar despistado, sin fingir, porque realmente estoy en esa situación. El acercamiento no se hace esperar y antes de que me eche a andar me aborda un muchacho con problemas evidentes entre los que se destaca la mala formación de una de sus manos. «Señor, mi nombre es Siom y yo soy su guía oficial.» «Chula la presentación», pensé sin mutar el semblante. Realmente, contar con un guía o no hacerlo me tenía sin cuidado. Pero era un juego y quería llevarlo a cabo. Mi falta de interés desesperaba al interesado que decía que disponía de una motocicleta y prometía llevarme a visitar lugares. Es inútil que siga demorando lo inevitable, cuando estoy obligado a entrar al trapo entonces pregunto: «¿Cuánto me va a costar su servicio señor?» Y este que a pesar de tener rostro muchacho es ya un hombre entrado en años, responde: «Lo que usted quiera, míster». 



"Cuando los trucos hacen parecer un inicio excelente al final quedan al descubierto y la situación se tuerce" 



Llegaron otros, de la misma manera, ofreciendo más de lo mismo. Y yo que iba un paso adelante me desentiendo del enredo y nombró al manco encargado de meter en pie un equipo. Todos bajo las mismas condiciones. Entre palabra y palabra, en inglés, aquella pequeña mafia, alternaba acaloradas discusiones en su idioma. Estoy cansado, cuando la suerte hace que divise un hotel a unos pocos metros y, entonces, me pongo en marcha mientras que el hombre con problemas ve esfumarse la primera de las comisiones y reacciona en forma enérgica: «Allí no señor. Yo soy su guía y de ninguna manera le recomiendo ese sitio». La situación es divertida, hago caso omiso y sigo hacia aquel que era el edificio más grande del pueblo. Es gracioso, toda la reciente formación viene detrás de mí. Ahora olvidemos por un momento a esa pandilla de maleantes para dar paso a la descripción de las demás edificaciones a la vista. Son una mezcla de estilo colonial, autóctono y moderno. Construcciones de tamaños y materiales diversos donde la madera y la chapa acanalada toman considerable ventaja sobre el cemento. Por otro lado, la calle se muestra transitada por un sin número de motos carros que transportan de todo, hasta varias veces su volumen y su peso.
Vista de la entrada al hotel y uno de sus
generadores de energía
El que va a ser mi hospedaje está frente al desordenado puerto y rodeado por el mercado, su ubicación lo dice todo. Además, a sendos lados de la entrada hay dos potentes equipos electrógenos que generan electricidad al mismo tiempo que producen sonidos ensordecedores y humo tóxico. Otra intervención prepotente: «Le dije que este lugar no es conveniente, mire que caos, aquí no podrá relajarse y descansar a gusto.» «Casualmente hago todo esto para no tener que relajarme, para descansar se inventó la muerte», todo esto lo pienso pero no lo digo. Antes de entrar me detengo un instante y giro hacia atrás para comprobar lo que ya sabía. Los tenía a todos pisando mis talones. «¡Ala…! ¡Vía…!» Les echaba y no conforme con mi puesta en escena protestaba con cara de mal humorado: «Quieren que me relaje y ahora que lo voy a hacer están encima de mí para darme el coñazo. Poneros de acuerdo, blanco o negro, porque si los mezclamos perdemos el color». Aquellos necesitaban mi dinero como agua de mayo en España, no se movían y esta última razón me obliga a insistir: «¡Vía! ¡Fuera de aquí! ¡Ya les llamaré! ¡Pesados!» 

La actuación fue solo una pequeña escaramuza para medir fuerza porque puede que les necesite y, cuando así sea, quiero que estén allí afuera esperando. Entonces entro, me registro y llevo mi mochila al cuarto. Echo un vistazo; sobre una mesa hay un termo, lo toco y así compruebo que hay agua caliente con todo lo necesario para preparar infusiones o café negro.
Pero había más, entonces, cojo una cuchara sopera por el mango, desproporcionada para acompañar a la pequeña azucarera, me giro a toda velocidad y centro una cucaracha de tamaño considerable que desafiaba la gravedad por la pared. Más adelante había otra y al parecer el bicho pensaba que corriendo por el piso se pondría a salvo. ¡Nada!, la alcanzo y a pisotones me deshago también de la segunda intrusa. “Habían comido en el mercado era normal que suban al hotel a echarse una siesta.” Después de acomodarme regreso a la calle y compruebo lo que ya sabía: los aspirantes para al cargo de guía turístico me están esperando. Entonces sin pronunciar palabra a pesar del bombardeo de preguntas, comienzo a caminar y un poco más adelante ingreso en un bar. Me siento y vuelvo a cruzar mirada con el grupo que estaba formado en semicírculo frente a mi mesa. Había llegado el momento, entonces, les hice una seña para que tomen asiento. Después del zafarrancho, por razones de espacio, algunos quedaron parados mientras el que asumía el mando abrió en forma retórica para recomendar el té de Myanmar, aquella costumbre y algunos edificios en ruina es lo único que queda de los tiempos en que fuera colonia de Inglaterra. Bebo un sorbo y compruebo que el sabor entra dentro de los parámetros aceptables, entonces, las expresiones de mi cara llenan de satisfacción a los muchachos. Mientras ellos festejan su pequeño éxito, yo les observo por sobre la taza. Hay uno que no me gusta nada; estoy seguro de que es peligroso pero calculo que es peor despedirle que tenerle cerca. Con sutileza creando expectativa, apoyo la porcelana en la mesa y les pregunto si están dispuestos a ayudarme. Una respuesta afirmativa da paso a hablar de mis exigencias. Pero cuando les comento que me gustaría viajar a Yangón, la capital. Me responden con cara de pánico: «Imposible». Entonces con un cruce de miradas les obligo a alargar una explicación que se caracteriza por su pobreza: «Después de la revuelta de los monjes budistas en contra del Gobierno, está terminantemente prohibido que los extranjeros tomen camino desde aquí, hacia el Norte». Yo lo sabía pero quería valerme de ellos para conseguirlo e insistí. «¿Cuál es la máxima autoridad por aquí?» «El jefe de la oficina de turismo del Gobierno, él es el único que puede dejarle viajar rumbo a la capital.» Después de la respuesta les pido que me lleven a ver a ese hombre. Minutos más tarde, con la frase: «¡Es aquí!», el manco me descarga de la motocicleta frente a una casa de color verde agua, donde su única puerta estaba abierta. Allí sí que se le bajaron todos los aires que traía; no atinó ni tan siquiera a mirar hacia adentro. La Junta Militar está en el poder de forma ininterrumpida desde el año 1962 y el miedo es su arma más ligera porque cuando ataca lo hace con artillería pesada: terror y pánico. Algunos más, otros menos, por aquí todos son corruptos y los límites los marca el Gobierno. La autoridad en cuestión tenía un alto cargo y una oficina en desuso que daba pena. Y es normal que esto sea así porque en la situación que se encuentra el país: ¿Con qué recursos este hombre va a mandar a la gente a hacer turismo? Después de mi solicitud me dirige una mirada de pena y me dice: «Lo siento, debe volver a Bangkok, sacar otro tipo de visado y volar desde allí a Yangon, de modo que desde el momento que usted llegue las autoridades puedan seguir cada uno de sus movimientos». 

Sin palabras porque mis planes exigían no tener que volver a Bangkok y para este viaje ni mucho menos pisar su aeropuerto. De que la Junta Militar de la Unión de Myanmar controle todos mis movimientos, sin comentarios. Los viajes y el trabajar muchos años de relaciones públicas me han cargado de psicología. La misma que hace que vea en este hombre una mirada sincera y piense que es inútil intentar un soborno. 

Estaba obligado a cambiar de rumbo, entonces puse punto final al servicio de guía turístico que acababa de contratar aludiendo que iba disfrutar de esa parte del mundo hasta que me canse y después, sin alternativas, iba a regresar a Tailandia. No era cierto porque soy obstinado, ya me he visto en situaciones similares y no me gusta abandonar un objetivo. 


Corría mi tercer día de mi visita a la tierra donde los montes más afortunados son coronados con pagodas doradas y las mariposas con facilidad se encuentran con las flores. Llovía con intensidad y el viento no llegaba para ahuyentar las nubes pero como si miles de pájaros hubiesen agitado sus alas, los cúmulos marcharon y dejó de caer agua. Por fin el Sol mostró su dulce cara y el día se hizo hermoso. Con las nuevas condiciones después del primer café de la mañana voy camino a dar un paseo por el mercado donde desde el mismo ingreso mi vista viaja sobre la fruta que resplandece como joya de escaparate. Estrellas, lichis, piñas y otras variedades perfuman de manera deliciosa y los vendedores las describen dulces, jugosas y sabrosas. En los puestos no faltan las verduras exóticas de sabores fuertes y el omnipotente chile que mantiene la circulación sanguínea elevada, mientras por aquí, lucha a capa y espada contra los virus y la muerte. Mazorcas comadronas muestran orgullosas sus granos, sabiendo que no hay razón para envidiar el tamaño de los dientes de los ajos. Amarillo mango, rojo ciruela y demás colores de una eterna primavera. 

“Mercado, donde se compra y se vende; gente que llega curiosa, gente que marcha alegre. Mercado, contentos los que compraron y felices los que vienen a comprar.” 
En Birmana tanto las hombres como las
mujeres se cubren el rostro con talco para
que el sol no oscurezca su piel

Un grupo de niños, sentado en el suelo, deja de roer por un instante caña de azúcar para seguir con su mirada mis movimientos. Es que por aquí donde hay pocos extranjeros mi presencia resalta como una hoguera en la noche. Lo sé y no me esfuerzo por pasar desapercibido pero me mantengo siempre en guardia. 

Más mercado


Hojas de tabaco, insectos comestibles y jabones caseros. Camino un poco más allá y veo como los almacenes, de harina y grano, orgullosos despliegan sus batallones de guardia. 
Gatos cuidando una tienda de arroz


La gente me animan a curiosear y así descubro las herramientas que utilizan para que las ratas no causen estragos sobre las mercancías. Hay quienes se las arreglan con un puñado de gatos mientras que los más afortunados disponen de víboras Pitones o simplemente alguna buena Boa para hacer el trabajo, los reptiles son sumamente eficaces pero cuando ganan tamaño ya no le basta con roedores y si no los sacrifican, para vender su piel, es necesario agregar algún pollo a su dieta. 


"No es otro mundo, es un lugar exótico"



Flor de loto
Los que dicen ser guías sin clientes ni alternativas, montan guardia fuera del hotel e insisten en continuar con sus servicios. 

Hoy es el cuarto día aburrido me dirijo a uno de los muchachos y le digo: «Déjame la moto que voy a dar una vuelta». «Puedo llevarle, es peligroso que usted se mueva solo.» «Ni me llevas, ni me acompañas, si quieres me dejas la moto y si no lo haces me busco otra.» Para estos rufianes, un forastero, es como un cajero que dispensa dinero porque en cualquier lugar que se presentan con uno venido de lejos cobran comisión por todo lo que compra o consume el sujeto. Al final por 15 dólares me deja la moto y mientras pedía más dinero marcho para echar un vistazo. La intuición y la buena vista son dos de mis escasas virtudes; pasé por una villa de pescadores y más adelante tomé fotografías de algunas flores.
Seta gigante
Ya regresaba cuando en una curva veo algo increíble: una seta con un tallo de casi cien centímetros y una cabeza del tamaño de un paraguas. Tenía que observar de manera detenida el fenómeno, entonces, freno en forma brusca, después me echo a la banquina, me acomodo, dejo pasar algunas motos, varios coches y cuando tengo el paso libre cruzo del otro lado de la calle y bajo de la moto. Colgada de una pequeña ladera de tierra colorada hay una casa y en su desprolijo jardín está la seta gigante. El terreno se encuentra resbaloso pero una escalera de escalones fabricado con gomas viejas de automóviles, rellenas con piedras, me facilita el ascenso por la cuesta. Trepo sin dificultad y cuando voy a tomar algunas fotografías aparece una familia. La señora carga un pequeñín en brazos; flaquitos y con poca ropa los hombres; cubiertas y rellenitas madre e hija. Mi presencia despierta su curiosidad y, entonces, el señor coge la iniciativa; se acerca y, entre ademanes y gestos, entiendo que me pide que le acompañe. Cruzamos la entrada principal me invitaron una bebida y cuando me enseñaron la casa saltaron a la vista los padecimientos de esa pobre gente: 



Las habitaciones, todas de un mismo lado, están unidas por un pasillo ancho y un muro no muy alto es incapaz de impedir que se cuelen las miradas de los pasantes. Desde esa pared hasta el techo continúa un alambre tejido de esos que llevan los gallineros. En este lugar el Estado provee, malamente, la electricidad a costo elevado. Esa razón, obliga a la gente a formar cooperativas y compartir generadores que funcionan con gasolina pero en el afán de abaratar los costos suman más clientes que potencia disponible y los resultados se reflejan en un único foco que ilumina con una luz tenue. La vivienda es grande pero dentro está vacía, las prendas cuelgan de unos hilos y todos sus muebles son la mesa y algunas sillas, todas distintas. Las camas no existen. Y colchón para qué… cuando un trozo de tela y un cojín lo suplen en el suelo. 
Con el agua como con la electricidad, más de lo mismo, no existen las tuberías y para lavarse hay un tanque. Frente al desagradable recuerdo haber visto un camión repartiendo bidones de agua, no potable, del mismo color y tipo que este que hay en el baño. 

"No es otro mundo, solo otro país, donde su gente carece de las necesidades básicas"

“Mal invento el comunismo, y después salen cuatro desinformados gloriando al Che Guevara, quisiera verlos a ellos vivir en cuba cuando el señorito era ministro de economía” 
Calle del puerto

Antes de restituir la motocicleta cojo la calle desprolija del puerto de Kawthaung, y descubro que se aleja del poblado bordeando el mar para más adelante transformarse en un paseo pulcro acompañado por un parque. Cae la tarde cuando algunas barcas cansadas van quedando varadas en la arena esperando que regrese la marea y las reflote. Ver la puesta de Sol desde este sitio es una simple razón para cargar el corazón de esperanza. Aparco la motocicleta de baja cilindrada y de pie junto al barranco recorro con la mirada el horizonte. Del rojo escapan dragones y del azul, guerreros de la antigua Roma. 
Vista de algunas barcas varadas
mientras otra  navega
por el canal

Con los guías terminé como sabía que iba a terminar, mal, porque ante mi desinterés por su trabajo vinieron acompañados de un policía diciendo que para continuar en el país estaba obligado a darles un dinero a cambio. Yo tenía mis planes en curso y lo que estos dijeran me daba lo mismo. Entonces sin medios términos mandé al policía y los rufianes a cascarla. Se van haciendo puchero, pero cada vez están más organizados y desesperados por obtener algo de mi dinero. Estoy seguro de que mañana van a volver a intentarlo y como dije anteriormente hay uno que no me gusta nada. Apuesto a que allí estuvieron, pero a mí no me vieron porque yo aparte de hacer el tonto hablaba y tiraba de la lengua, así descubrí que había una forma de conseguir mi pasaporte que estaba retenido en el puesto de frontera donde en cambio me habían dado un documento local provisorio. Allí cerraban a las once de la noche, sobre la hora me presenté y dije que me iba antes del amanecer para tomar algunas fotografías en la desembocadura del río. “¿Y cómo se va a ir?, preguntaron. “Con un barquero”, respondí, y ellos dijeron: “Entonces que venga ese señor para comprobarlo.” Yo conocía el desenvolvimiento y tenía al hombre ya contratado en la puerta. Entró dijo que yo le había pagado para que me lleve antes de que abra el puesto de frontera y me dieron mi pasaporte.
Mi transporte
Pero yo me dije a mí mismo que por allí no volvería y no iba a hacerlo. Porque por otra línea tenía contratado al conductor de un extraño camión que por 100 dólares arriesgó y me llevó mimetizado entre mercancías y pasajeros rumbo el Norte. Salimos de madrugada rumbo al Norte. 


Fauna del lugar
El pobre era feo y hacía tanto ruido que decía su patrón que en los controles no lo detenían para no tener que soportalo. Un día más tarde llegamos a Yangón. 

Ramgún o Yangón, es una ciudad congestionada embellecida por pagodas y edificios coloniales que remplazó a Mandalay como capital de Birmania y a su vez en el año 2005 fue sustituida como sede del Gobierno por Naypyidaw, una urbe interior ubicada 350 kilómetros más hacia el norte. Sé por boca de viajeros que aquella zona tiene su encanto pero yo en situación ilegal, con lo visto hasta aquí estoy hecho y ni bien pueda hacerlo me largo. 

Pagoda Shedagon
La Pagoda Shwedagon data de hace unos 2500 años, pero algunos terremotos, el fuego y los ataques durante la Segunda Guerra Mundial hicieron necesario un buen número de restauraciones. Es el símbolo de la ciudad y la más grande de su tipo en Asia. En su interior una sucesión de pagodas de distintos tamaños y los templos crea un ambiente fantástico. 
Los peregrinos acostumbran a llegar al amanecer y a pesar de la amplia concurrencia el silencio resta intacto. 


Yo le tengo cariño a los edificios antiguos y aquí encontré joyas que recrearon mi alma, también visité el mercado nocturno alumbrado con candiles que crean una atmósfera de sueños. Lo malo del país ya lo comenté en la primera parte. Aquí, sobre todo en los suburbios pasa lo mismo.

Edificio Antiguo


"El comunismo es un mal bicho y esta gente maravillosa no merece el sistema y mucho menos este Gobierno. De corazón espero que las cosas cambien para volver y festejar el fin de los tiranos con el pueblo"

Permiso





No tenía visado para visitar esa zona del Myanmar y tampoco podía regresar al Sur porque mi permiso estaba vencido, entonces, para abandonar el país, después de un largo regateo, mis 
problemas encontraron solución a cambio de 250 dólares USA que fueron a parar a los bolsillos de algunos funcionarios corruptos que estaban al mando del puesto de frontera de Myawaddy. 

Del otro lado del río la libertada

La situación del este país es complicada y las reglas con respectos a la visita de los extranjeros son muy inestables. En ocasiones las cosas no son tan complicadas como en este viaje y en otras se ponen imposibles.





Ahora que estoy otra vez del lado de Tailandia aprovecho que tengo a mano el  templo de Wat-Phra-That-Doi-Hin-Kiu y les dejo una fotografía.
Gracias por estar otra vez allí, hasta la próxima

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